Close
Pomme de terre

Pomme de terre

Imagen de un campo de labranza yermo y vacío, con una pequeña capilla y un gran árbol sin hojas.
Martin Waldbauer, Kapelle, Bayerischer Wald, 2018

Pomme de terre

I

En una región inhóspita, de tierra seca y abundante frío, don Hilario se preparaba las manos, repletas éstas de callos y relieves marcados donde la tierra había echado raíces. Era un día de noviembre, con el viento ausente pero el aire frío, cuando había empezado la recogida de la patata. Allí, en medio de aquellos montes repletos de árboles tristes y paredes sin dueño, la soledad se cernía a las almas melancólicas y por muy poco que éstas de apartaran del trabajo y tantearan la ociosidad, pronto abrían grieta en las casas, desbaratándolas y ajando sus cimientos hasta convertirlas en ruinas. Cerca de donde él tenía el huerto, había más de alguna casa con fantasmas pero sólo acertaba a ver alguno cuando se moría el invierno o nacía el verano, especialmente las noches en las que el campo estaba húmedo y reinaba la quietud. Años atrás, en aquella casa agreste vivían Julio y su hermano Enrique, ambos solteros y sin familiares. Primero murió Enrique y luego, Julio, en el mismo mes de verano. Aquella noche, la casa se agrietó y la puerta quedó fijada por el colapso. Don Hilario veía de vez en cuando pasar una sombra detrás de la ventana, quedando ésta fija ante el canto de cualquier pájaro. Intentó alguna vez entrar en la casa pero la puerta se le resistía y bien parecía que alguien igualara su fuerza por el otro lado. Agotado y siendo incapaz de encontrar otra vía, terminó disistiendo y abandonó la idea de acercarse a los muertos. Desde entonces, la casa siguió allí, en la memoria de la tierra, apareciéndose aquella sombra cada vez que don Hilario marchaba hacia su huerto.

Aquel día de noviembre, acercándose a la noche y cuando ya tenía ya todo el campo recolectado, nuestro hombre escuchó unos pequeños ruidos. Había, en medio del campo, una planta que se había olvidado de inspeccionar. Con las manos ya casi ensangrentadas y las uñas rotas, escarbó la tierra para salvaguardar la última de las patatas del campo, pero lejos de encontrarse con un simple tubérculo, se encontró con algo que se movía entre sus manos. La patata, de al menos un kilo, tenía la superficie áspera y dura, semejante a la piel de la yuca o de alguna especie de camote. Pero a diferencia de éstos, se movía. Tenía ésta varias protuberancias que no paraban de moverse azarosas en todas las direcciones y dos pequeñas hendiduras en el mismo lado que simulaban dos ojos abiertos. Al acercarse la patata cerca del pecho, ésta se puso a llorar y emitió unos sonidos semejantes a los de un recién nacido. Don Hilario no daba crédito a lo que veían sus ojos. Tal fue el efecto que se marchó a casa con aquella criatura nacida de la tierra y se olvidó allí la carretilla y los instrumentos de labranza. En casa, bajo la luz de las velas, observó más detenidamente la patata. Ésta seguía llorando aunque con el contacto de sus manos, parecía calmarse y encontrar reposo. No obstante, también se formó una tercera hendidura bajo sus ojos que parecía una boca reclamando alimento. Don Hilario probó darle algunos trozos de zanahoria, pan o cereales; sin embargo, lo que más le gustaba eran los pequeños terroncitos de azúcar. Cuando entraba uno por su boca, todo su cuerpo se estremecía y entraba en un largo sueño que podía durar un par de horas.

Pasaron los días y habiendo recogido ya las patatas, don Hilario cuidó de la criatura. A ésta, empezaron a salirle ojos y pronto algún que otro diente que parecía un repliegue de la propia piel seca de la superficie. Si no fuera por que ésta comía y lloraba, habría seguido pensando que lo que tenía en casa no era más que una anomalía, una simple alteración o deformación de un tubérculo. Pero la patata empezó a crecer y mientras se alimentaba, también empezó a emitir sus primeros gorjeos y las primeras palabras aisladas. Sus extremidades también se extendieron, como raíces duras que aunque al principio sólo le garantizaban arrastrarse por los bordes de la mesa, finalmente adquirieron una constitución tal que le permitieron dar los primeros pasos. Así pues, la patata pronto creció y don Hilario, empezó a contarle cuentos. Cada noche, después de trabajar, terminaba leyéndole uno y cuando todos se le terminaron, tuvo que ir a la ciudad a comprar más, aunque de vez en cuando también se le antojaba inventar uno según las circunstancias del momento. La patata, bautizada como Pomi, aprendió a leer y pronto terminó con los libros de la casa. Al principio, después de los cuentos, empezó con las novelas juveniles y los libros de aventuras, luego empezó con las novelas detectivescas, los libros de relatos y luego se quedó devorando los clásicos. Desde Lérmontov hasta Dickens, desde Gógol hasta Italo Calvino. Desde su aparente adolescencia, Jules Verne siempre fue uno de los preferidos aunque también releía algunos libros de Poe y algunos de los relatos de Quiroga.

Don Hilario siempre recordó aquellos momentos en los que él leía en voz baja un pequeño relato de terror, a veces de Lovecraft y Pomi empezaba a temblar de miedo al imaginarse las grandes bestias que permanecían agazapadas en el abismo. No obstante, su vida no era sólo la literatura. Pomi acompañaba a don Hilario al campo y de vez en cuando le ayudaba con la cosecha y mientras él hacía las labores pesadas, éste arrastraba la regadera para abastecer los árboles frutales que todavía estaban creciendo. Los días tranquilos descansaban e iban a pescar juntos al río. Pomi nunca recordó coger ningún pez, pero lo importante era la compañía y aquel momento de tranquilidad. Cuando llovía en exceso, ambos se refugiaban en casa y miraban alguna película en VHS y alguna noche despejada de verano, salían al exterior para contemplar las estrellas. Don Hilario le enseñaba dónde estaba la osa mayor y qué estrella del firmamento era Venus. El rostro de Pomi quedaba encendido por la curiosidad y con la boca abierta, miraba con gran asombro todo lo que el mundo tenía que ofrecerle.

II

Los años pasaron y Pomi dejó de crecer, llegando casi a triplicar el tamaño que cuando creció. Sin embargo, aunque allí eran felices, Don Hilario puso empeño en que él debía tener una educación para poder salir en adelante. Fue a la ciudad y trató de matricular a la patata. Frente a la negativa de la administración, contrató a un reputado abogado de la ciudad y no descansó hasta que fuera admitido como ciudadano de pleno derecho por el Estado español. No obstante, no pudo ser admitido en ningún insituto público y tuvo que preparar los temarios por su cuenta. Primero se sacó el graduado escolar sin dificultad y finalmente superó las pruebas de acceso a la universidad gracias a que don Hilario contrató un servicio de Internet por satélite y le compró un pequeño portátil para que Pomi pudiera seguir aprendiendo las cosas que él ya no podía enseñarle. Tras dos años de intenso estudio, superó las pruebas de acceso y pudo matricularse en la Universitat de Barcelona para estudiar filología hispánica. Aunque él hubiera preferido estudiar a distancia, su padre putativo no quiso que se quedara siempre en aquella pequeña casa de campo. Quería que se formara bien, junto con personas reales y profesores, que viera mundo y que aprendiera cosas que sólo podía aprender en la ciudad.

Aquellos meses fueron los meses más especiales que tuvieron juntos. Antes de partir, pasaron el verano pescando, leyendo y dando largas caminatas. Pomi tenía mucha dificultades para hablar y su aparto fonador sólo podía articular pequeñas palabras con un tono monótono y agudo; sin embargo, era gran observador y le gustaba escuchar. Cada día era un día nuevo, una oportunidad para aprender algo que le hiciera crecer como persona y como tubérculo. Después de aquello, cuando llegó septiembre, ambos se despidieron. Pomi marchó a Barcelona con una beca y con la ayuda del dinero que le había puesto don Hilario en su nueva libreta del banco, empezó a formalizar sus estudios. A pesar de todo, la universidad no fue como él había creído. Durante las primeras semanas le impidieron entrar en la universidad y después de poder hablar con las autoridades, le dejaron hablar, aunque los profesores siempre lo ignoraron, tratándole como una verdura podrida y los demás alumnos no hicieron otra cosa que ningunearle, humillándolo cuando intentaba contestar en clase y grabándole sin su permiso cuando él intentaba tomar apuntes con su ordenador. Tras aquel primer año, aunque sus notas siempre fueron aceptables, sintió que ya no podía continuar estudiando, pues aquel mundo cruel no estaba hecho para él.

Antes de que llegara el verano, dejó los estudios. Decidió no contarle nada a don Hilario pues no quería que se sintiera triste y le dijo que quería permanecer un tiempo más en la ciudad para buscar trabajo antes de volver a casa. En lugar de ello, buscó un habitación más económica en la periferia de la ciudad, se compró una cámara y se hizo youtuber. Al principio sólo hablaba de algunas cosas que había aprendido en las primeras asignaturas de la carrera o hacía resúmenes de los libros que había leído, pero pronto empezó a desarrollar un gran cúmulo de vídeos guionizados, articulando un lenguaje complejo y construyendo una compleja teoría de la literatura que abarcaba no sólo los libros clásicos, sino también las primeras obras de la humanidad y los últimos libros del mercado. Las editoriales pronto le mandaron libros gratuitos para que los reseñara en la red y su canal no hizo sino crecer hasta alcanzar ya casi el millón de suscriptores. Todo el mundo quería ver aquella pequeña patata hablar de libros, con aquella mirada serena y voz monótona. Cuando empezó el nuevo año, ya había recibido en casa varias condecoraciones y premios, ganando el suficiente dinero para montar su propia empresa unipersonal. Mientras, seguía en contacto con don Hilario. Hablaban del campo, del tiempo y de aquellos recuerdos que los habían unido para siempre.

La patata intentó explicarle en más de una ocasión lo que estaba haciendo, pero don Hilario era demasiado mayor para comprender eso de los vídeos. Pensaba que debía ser un trabajo para la universidad o que aquello lo pagaban los dueños del Internet. La última vez que hablaron, la patata le dijo confesó que ya se había comprado un piso en Andorra y había conseguido la doble nacionalidad. También le habló de los sueños que había tenido. Soñaba siempre con la tierra en la que había nacido, pero a diferencia de la sequedad del terreno, en su mundo onírico, las tierras se habían abonado y llenado de agua. La tierra misma temblara como si unas fuerzas subterráneas recorrieran el inframundo. También había otras noches que soñaba con la tierra engullida por la niebla. Una niebla tan densa que nada se podía más allá de unos palmos. Don Hilario no comprendía los sueños pero le dijo que él siempre tendría un hogar allí y que a ver si pronto se podían volver a ver para pasar al menos, un verano más juntos. La patata se puso a llorar. Dijo que lo echaba de menos y que en cuanto tuviera algo de tiempo, intentaría volver a casa. Los sueños duraron tres semanas.

La tarde en que recibió la llamada, Pomi se encontraba preparando una barbacoa en el jardín de su casa, al lado de la piscina. Había invitado a unos amigos muy modernos. Había jóvenes influencers, hombres de negocios y algunas mujeres nadando en la piscina. La voz al otro lado era la de un hombre de mediana edad. Le comunicaba que habían encontrado a don Hilario muerto en el campo. Al parecer le había dado un infarto mientras sembraba unas patatas. Pomi intentó disimular pero finalmente cortó la llamada en seco. Pidió a los allí presentes que abandonaran el lugar. Nadie le hizo ninguna objeción ni le pidieron explicaciones o se preocuparon por los motivos de la decisión. Las mujeres, empapadas, salieron de la piscina y movieron los morros en señal de asco y desaprobación. Cuando todos habían abandonado la casa, Pomi se puso a llorar amargamente. Recordó los días de pesca, los libros viejos de la casa y el campo, con sus historias, con sus huertas, con sus fantasmas.

Tras aquella tarde, nadie había vuelto a hablar con Pomi. Al cuarto día, un grupo de curiosos e influencers se acercó a su chalet. Pomi llevaba varios días desaparecido y no había vuelto a subir ningún vídeo. En la casa no había nadie. Sólo encontraron, flotando en la piscina, una patata arrugada. No tenía signos distintivos y salvo unas pequeñas cicatrices enmohecidas donde antes debían estar los ojos, todo su cuerpo parecía escuálido, como si sobre el agua clorada hubiera llorado todo el almidón de su alma. Una de las chicas se acercó a la piscina con aquel utensilio para limpiar y sacar hojas del agua. Capturó la patata, la sacó y acto seguido la tiró a la basura. Los demás rieron y marcharon del lugar rumbo a otro lugar.

Lejos allí, el campo quedó cubierto de niebla. Allí donde había quedado el cuerpo de Don Hilario, crecieron unas flores pero nadie nunca las llevó a ver.

Suscríbete

No se pierda ninguno de nuestros relatos y poemas.

Boletín libre de spam. Su correo está seguro con nosotros.

Deja un comentario

Close