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El faro de los ositos

El faro de los ositos

La imagen es una fotografía en blanco y negro de una pequeña capilla circular en medio del bosque.
Grzegorz Wysocki, Ruina kościoła w Janowej Górze

Este relato corto es una versión alternativa de uno de los relatos largos que saldrá este año.

I – Regreso de sombras al atardecer

Todo empezó la noche del jueves en una semana donde los servicios públicos ya se habían paralizado y parte de la población había huido despavorida. Cuando el gran contagio llegó a Belmond, la ciudad costera no pudo asumir aquello que hasta entonces sólo había sido un rumor que la gente achacaba a la histeria colectiva y a las noticias cargadas de sensacionalismo. Las sombras llegaron antes del atardecer y las calles se colapsaron con coches y autobuses amontonados que no hicieron sino de trampa para aquellos ilusos que trataron de huir a pie. Ellas corrían, enmascaradas con un sigilo que las hacían indistinguibles de las sombras naturales. En medio de un callejón, detrás de un árbol, bajo un coche o al lado de una pancarta publicitaria; en cualquier lugar podía haber una sombra escondida. De día cazaban furtivas y durante meses la gente no había sido consciente de las desapariciones debido a los crímenes de violencia generalizados que ya habían estado azotando a una sociedad en decadencia; pero desde cinco días atrás, las sombras habían aprendido a caminar de noche. Esa caza diurna y esporádica en unas semanas se convirtió en plena invasión, en un acoso y derribo constante a la vida humana que tenía como fin último la extinción de la luz humana. Cuando una sombra alcanzaba a un ser humano, ésta se ponía de pie, invadía el mundo natural por así decirlo y devoraba desde dentro al ser que había quedado eclipsado. El último hombre que vio Ethan caminaba de día por la calle después de haber estampado su coche contra una maquinaria de obra volcada sobre la acera. Los nervios le llevaron a intentar evitar el atasco y aceleró sin ver ni a los peatones ni la pala. Al salir del coche, cometió el error de caminar hacia un árbol y allí había una sombra escondida que no tardó en fagocitarlo. Ella se puso de pie y se infló. Él quedó atrapado mientras su color se volvía gris y la luz desaparecía de su contorno. Mientras el rostro desaparecía, dos largos brazos en penumbra abrazaban aquello que ahora parecía un maniquí disecado. Antes de que su tutor lo arrastrará de vuelta a casa, pudo ver algo de lo que nadie había sido testigo. El hombre pareció ponerse a bailar o al menos a contornear su cuerpo alrededor de su propio eje; todo ello mientras su figura se volvía más opaca y sus piernas se empequeñecían hasta fundirse con la sombra cazadora.

Durante esos minutos que más tarde serían borrados de su memoria. Ethan corrió junto al tutor de vuelta al edificio con otros niños de su edad que habían ido juntos al parque. El centro no había dado legitimidad ni veracidad a las noticias. Él lo dejó en el umbral y acto seguido cerró la puerta. Sólo dijo que tenía que buscar al resto. Cerró la segunda puerta exterior con llave y se marchó. Se llamaba Erick y ya nunca volvió. Él nunca pudo recordar su nombre. Dentro del centro, había llantos y gritos de desesperación. Jeanne, una asistencia del centro, gritó a todos los allí presentes que subieran al piso de arriba, al dormitorio. Todos los niños le hicieron caso pero a diferencia del resto, Ethan se escondió debajo de la cama habiendo colocado la manta en el suelo para no sentir el frío. Cuando la mujer adulta cerró con llave, ya era de noche. Los gritos se apagaron y pronto las sombras se movieron sigilosas, entrando por los conductos de ventilación y por el pequeño espacio que había entra la puerta y el suelo. Ethan sólo escuchó suspiros ahogados y luego mucho silencio. Ya nadie respiraba. Escuchó como después de varios minutos en los que su corazón palpitaba de miedo, sus compañeros empezaron a salir de sus camas y caminaron alrededor de la habitación hasta terminar todos formando un pequeño semicírculo alrededor de su posición. Escondido bajo la cama, sobre una manta y abrazado a su osito Hussie, vio como unas dos docenas de pies ennegrecidos quedaban erguidos alrededor de la cama. Una voz detuvo el sepulcral silencio del miedo. Dijo con vehemencia, casi en imperativo, que saliera de la cama pues todos iban a jugar a un juego. Ethan salió tímidamente pero al hacerlo, vio como aquellas figuras totalmente opacas lo observaban con una vileza que en sus adentros le resultaba familiar. Les preguntó, no sin dudar y quebrarse su voz, sobre el juego al que iban a jugar y la misma figura le contestó que se trataba de un juego llamado «Un mundo sin luz».

Los ojos de todos ellos estaban apagados, hundidos y bajo algunas de aquellas hendiduras se podía entrever que había alguien inmaterial mirando a través de cada uno de los niños corrompidos por la sombra. Ethan saltó encima de la cama y aprovechó el pequeño hueco que había entra cama y cama con una mesita de dos cajones, para escapar. Una de las sombras casi agarró una de sus piernas, pero él consiguió zafarse gracias al peso proporcionado por el salto. Otra mano intentó agarrarlo pero en consecuencia lo que retuvo fue al osito Hussie. Éste se marchitó en manos de la sombra. Sus ojos se hundieron hacia adentro y de la oquedad empezaron a salir una especie de hebras oscurecidas que tiñeron el algodón de gris antes de que todo su cuerpo entero quedara corrompido. Ethan corrió solo por la habitación rumbo a la ventaba que los niños aprovechaban de vez en cuando para escaparse. Aunque aparentemente estaba cerrada, alguien siempre dejaba desatornillada una parte del mecanismo y con un simple tirón, la ventana cedía. Salió afuera mientras a sus espaldas quedaba el murmullo de un infierno desalmado. Correteó por la larga rampa lateral que ejercía de tejado y sin dificultad, al dejarse caer, sintió el frío suelo ante sus pies.

II – El fin de la memoria

Fuera era de noche y el silencio reinaba en la nada. Habría desaparecido, quedando engullido en la gran sombra de la noche, si no fuera por aquellos dos faros relucientes de un autobús. El conductor tocó el claxon y las puertas se abrieron. El niño corrió entonces hacia aquella especie de minibús que al parecer pertenecía a una empresa dedicada al traslado personas invidentes de una residencia cercana. Cuando subió y el vehículo arrancó, el niño no daba crédito a lo que veían sus ojos. Quien conducía no era un humano sino un osito de peluche. Detrás, iban sentados una multitud de peluches. Algunos se asemejaban a pájaros, otros a felinos, mamíferos en definitiva de todo tipo, ornitorrincos y algún reptil aunque lo que más abundaban eran aquellos osos marrones de grandes ojos. Todos movían la cabeza mirándole en silencio. No parecían ser capaces de hablar pero uno de ellos salió a recibirlo y se lo llevó a uno de los asientos cogido de la mano. Se le veía algo nervioso aunque Ethan no podía entender si se debía a la situación de peligro o a su propia presencia. La puerta se cerró y alrededor del autobús se escucharon algunos golpes bastante violentos. No eran simples sombras, sino aquellos niños poseídos que los perseguían por la calle, intentando en vano paralizar el autobús con sus golpes pues sus cuerpos, en parte, habían conservado la materia corrompida. El chófer aceleró y dejó aquellos peligros olvidados en medio de una ciudad sumergida en la ruina. El vehículo tuvo que hacer muchas maniobras y derrapes para salir airoso de la situación. El gran cartel que ponía fin a la ciudad pronto apareció en lontananza y Ethan se sumergió en un sueño antinatural. Parte de los peluches seguían mirándole, como si fuera su existencia la que resultara sorprendente.

Cuando abrió los ojos, ya había amanecido en un lugar lejano. El autobús tocó el claxon e hizo unas maniobras bruscas que hicieron que todos los cristales se pusieran a vibrar. Lo que pudo ver desde la ventana del minibús es que estaban ascendiendo por una pendiente de montaña. A la derecha había un bosque de pinos y a la izquierda, una playa rodeada de mar. Más allá del camino podía verse un pequeño monte con una carretera muy estrecha un gran montículo de piedras que terminaba en un acantilado de roca oscurecida coronado por un faro de estatura mediana. El acantilado que conectaba aquel montículo con el mar era de contornos irregulares, con salientes abruptos y afilados. No obstante, había una pequeña planicie donde los ositos aparcaron el vehículo. Al frenar, las puertas se abrieron y todos los ositos empezaron a salir con bolsas, macutos y mochilas. Parecían llevar provisiones. Ethan les siguió. No sabía cómo habían llegado hasta allí pero una mente aventurada podría deducir que ya habitaban el faro desde hacía al menos una semana y que habían ido a la ciudad a por provisiones. Acompañó a los ositos y en la entrada pudo comprobar que el faro ya había sido acomodado con mobiliario, pósters, juguetes, cajas y un sinfín de cojines. Dentro había otros ositos que les abrieron la puerta. Todo alrededor del faro había sido limpiado. Los matorrales, los pequeños arbustos y algún árbol del que ahora sólo quedaba un amplio tocón. Debían ser conscientes de que las sombras utilizaban cualquier sombra natural como vehículo mientras fuera de día así que alrededor del faro sólo había una gran explanada desprovista de relieves. El faro era paradójicamente lo único que proyectaba sombra y por eso un osito vigilante estaba al tanto de cuando ésta podía establecer un puente natural entre el refugio y el acantilado. Al entrar, los ositos lo llevaron a una gran habitación. Al parecer el faro estaba conectado a una casa-capilla aunque los sólo usaban ésta de día para almacenar cosas, jugar y organizarse. Todos lo rodearon. Querían conocer al nuevo inquilino y para ser educados y cálidos le ofrecieron comida en forma de snacks y refrigerios carbonatados con mucho azúcar procesado. Al principio era lógico pensar que los ositos no comían pero luego Ethan se sorprendió al ver lo rápido que masticaban las patatas fritas. Toda la casa estaba llena de comida envasada, en una cantidad tal que debían haber requerido de más de un par de viajes a la ciudad.

Los primeros días transcurrieron de manera lenta por el agobio, la novedad y el miedo. Cuando atardecía, sonaba una de las campanas de la capilla y las puertas se cerraban herméticamente para no dejar pasar ni un alfil. Todos los ositos corrían hacia el faro y allí en la torre, dividida en una serie de siete habitaciones o estancias dispuestas verticalmente, habían construido el gran dormitorio en vertical. Todos dormían juntos, compartiendo por parejas la misma cama. Debajo de las mantas, en medio de las noches frías de la costa, todos dormían calentitos. Ethan al principio dormía solo pero debido a las pesadillas, pronto terminó durmiendo con el osito patito, el chófer del minibús. Se preguntaba alguna vez qué soñaban los ositos si es que realmente dormían y qué los había llevado a cobrar vida. Por lo que pudo ver alguien, éstos cobraron vida cuando sus dueños quedaron corrompidos y sometidos al olvido de la sombra. Ethan nunca lo llegó a comprender, pero tardó semanas en soñar con cosas que cualquier persona consideraría lejanas al trauma. Al principio soñó con el mar, otras con el faro iluminando el cielo entero e incluso el lecho de todo el océano. Luego, vinieron los colores, las nubes descendientes y los tornados aulladores. Más tarde supo que dentro del faro, los sueños viajaban entre personas como un contagio que busca lo real.

Mientras dormían, dos ositos tenían que hacer guardia. Uno estaba en lo alto del faro, metido dentro de la cabina que hay debajo del gran foco y la cúpula acristalada. El otro debía estar en una de las ventanas bajas desde la cual se ve la puerta. El miedo de Ethan se disipó al ver cómo los ositos terminaban con las sombras. Mientras era de noche y el faro giraba, las sombras corrían, merodeando con gestos de inquietud y fiereza. Saltaban desde el acantilado o desde el bosque costero sin ningún pudor, en largos y suntuosos movimientos semejantes a las danzas diabólicas de los cuentos. Las más impetuosas incluso se atrevían a ponerse de pie, desafiantes ante una realidad que consideraban ya vencida. No obstante, cuando la luz del faro incidía o al menos su resplandor se acercaba a sus cuerpos, toda la sombra quedaba inflamada por el tacto e inmediatamente desaparecía, desterrándose aquello subyacente al mismísimo abismo o inframundo. Puede que la misma sombra desterrada regresara unas noches más adelante o puede que ésta quedara para siempre sepultada por la luz en su memoria, pero había tantas que era difícil saber si el número de las sombras era finito o no tenía cabida. Algunas intentaban, esquivando la luz general, acercarse a la puerta para intentar colarse o bien dentro del faro o en la casa adyacente. Por eso había siempre un segundo guardián armado con grandes linternas y una vieja lámpara de gas. Éstas no eran tan potentes como el foco, pero un sólo alumbramiento bastaba para frenar su avance. Mientras hubiera algo de luz en aquella casa, todos ellos seguirían existiendo.

Así pasaron los días y las semanas. En unos días centrados en los juegos y el ocio y en unas noches donde todos los refugiados soñaban con mares de vivos colores y cielos repletos de nubes, soles y arcoíris. De vez en cuando, salía una patrulla de exploración para traer nuevos víveres aunque más adentro del bosque, los ositos habían empezado a desarrollar una agricultura primitiva con patatas, berenjenas y zanahorias. Las semanas avanzaron prestas y pronto llegaron los meses y los cambios de estaciones. Ethan siempre dormía con el patito amarillo bajo la mantita azul. El tiempo hizo que ambos llegaran a ser un único ser y cuando el patito se movía para intentar comunicar algo, Ethan entendía aquellas cosas que quería decir sólo con mirar en sus adentros. El patito chófer pronto se convirtió en un traductor entre el niño y la colonia entera de ositos. Cada uno tenía su personalidad, sus comidas favoritas y sus intereses, pero todos tenían una cosa en común: les gustaba comer y dormir calentitos. También eran bastante caprichosos y cuando supieron que Ethan podía entenderlos, pronto una oleada de deseos colmó su imaginación. Uno tenía antojos de una cierta comida, otro quería llevar sombreros, otro quería navegar por el mar con un barco y muchos también sentían que en sus vidas hacía falta una chimenea.

Ethan hubiera cumplido todos y cada uno de los deseos pero un día al despertar, sintió el temor de muchos de ellos. Al parecer todos se habían reunido en secreto y tenían algo que comunicarle. El patito le hizo saber que desde que él llegó al faro estaban preocupados. Se habían dado cuenta de que los años habían pasado y que él no había crecido lo más mínimo. Sabían de sobra que los niños crecían y creían que si seguía más tiempo con ellos, nunca llegaría a ser un hombre adulto. Los exploradores habían visto desde una montaña algo más lejana una especie de isla que debía tener presencia humana pues salía humo de las fábricas y había grandes siluetas de aparatos moviéndose. Puede que la civilización hubiera sobrevivido aprendiendo por el camino a desterrar a las sombras; desde la distancia no podían saberlo aunque algunos así lo creyeron. Los ositos habían estado días construyendo en secreto una barca para Ethan. La decisión estaba ahora en su tejado. Si se quedaba con ellos, nunca crecería y estaría siempre a salvo, pero si decidía remar y alejarse del faro, era más que probable que se encontrara con los supervivientes de una nueva civilización. Los ositos querían que se quedara en el faro, pero de hacerlo, Ethan jamás sería un hombre, no desarrollaría todo su potencial, no formaría familia ni conocería el amor.

El día marcado llegó y la decisión fue difícil. Ethan decidió subirse a la bote mientras unos ositos trataban de llevarlo al agua. Habían colocado a su lado una gran cantidad de botellas de agua y una bolsa con bocadillitos. Tuvo que colocarse un cubo en la cabeza para no mirar el faro y ser objetivo en sus decisiones y acto seguido empezó a remar. Todos los ositos empezaron a moverse nerviosos y muchos de ellos marcharon hacia la capilla para evitar ver aquella escena que rompería sus corazones. Ethan siguió remando y pronto sintió que ya estaba lo suficientemente lejos para quitarse el cubo. A lo lejos veía el faro y unos pequeños puntitos relucientes que debían ser los últimos ositos que habían estado esperando con la esperanza ya maltrecha. En su interior, una serie de imágenes sacudieron su corazón, arremetiendo en sus entrañas hasta hacerle caer en una sensación de mareo y extrañeza. Vio, a través de las imágenes del corazón puro, al patito llorando al borde de la playa y no pudo soportarlo. Algo dentro de él se rompió. Tiró el cubo a sus pies y empezó a remar en dirección al faro. Dio una larga vuelta intentando maniobrar con los remos y al colocarse en posición, tuvo que remar sin ver la dirección, intentando que el mar no entorpeciera la línea recta que había trazado en su mente. A veces se giraba y el faro había desaparecido o estaba en otra dirección. Los brazos le ardían del dolor y las manos empezaban a enrojecerse con el roce. Nunca un retorno fue tan difícil debido al miedo, al dolor y al cansancio. Finalmente pudo llegar acercarse de nuevo a la costa y allí las campanas replicantes le guiaron por el buen camino. Llegó a la playa y allí todos salieron a recibirlo saltando de alegría y jolgorio.

El patito casi murió al verse abandonado por su propia alma. Ethan y él se abrazaron. Él nunca crecería pero nada jamás podría separarlos de nuevo.

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