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Terror 51, el día L

Terror 51, el día L

Sascha Schneider, Der Chodem, 1904
Sascha Schneider, Der Chodem, 1904

Terror 51, el día L. Índice y notas.

El niño, como de costumbre, se acercó a su abuelo para darle los buenos días. Era un día cualquiera de octubre y fuera, a pesar del incipiente otoño, hacía un sol acogedor.

— Abuelo, ¿por qué este día es tan importante?

El viejo hombre, acercó sus manos al bolsillo y sacó de él uno de sus famosos caramelos de miel. Dándoselo al nieto, empezó a recostarse en su cómodo sillón y empezó a narrar la historia de lo que ocurrió en sus años de juventud.

— Todo empezó, hijo, el veinte de este mes, pero hace ya muchos años. Creo que debían faltar unos meses para el 2020. Fue lo que nuestra generación conocimos como el día L, el día de la liberación. Si la historia de la humanidad tomó como fechas de referencia el Renacimiento, el descubrimiento de América o la Revolución Francesa para dividir la historia en épocas, aquel día supuso el paso de la época contemporánea a la nueva era. Fue una fecha muy importante que marcó un antes y un después.

— ¿Y qué pasó ese día, qué fue tan importante?

— Pues que aquel día, nosotros, los jóvenes de mi generación, liberamos a los aliens. Si, como puedes escuchar. Los aliens de hoy en día no son como los de mi época; en aquellas fechas muchas personas todavía no se creían que éstos anduvieran merodeando nuestro cielo. Es más, era el estado el que se encargaba de ocultarnos la verdad. Pero aquel día todo cambió. Unos jóvenes idealistas, el germen del nuevo humanismo digital, animados por el extraño espíritu de las redes sociales y por el halo místico de la deep web, decidimos pasar a la acción y convertirnos en el motor transformador que nuestra historia necesitaba. Y para eso teníamos las armas potentes del mundo.

— ¿Espadas y hachas? —dijo el nieto.

— No hijo, aunque bueno, algunos freaks si que iban armados con espadas élficas aquel día. Estoy hablando del poder de la imaginación. Y ligado a éste está el de la esperanza. Y nosotros teníamos mucha. Tiempo libre también. Trabajo no teníamos, no, pero de imaginación teníamos para parar un carro. Pero, en fin, como te iba contando, lo que pasó es que muchos de nosotros decidimos dejar de creer al gobierno y mantuvimos la firme decisión de destapar sus mentiras. Pasaron muchas cosas, hijo, pero muchas no son para que las escuche alguien tan joven. Lo que sí puedo contarte es que aquella revolución empezó con la toma del Area 51. Fue como la toma de la Bastilla, pero en nuestra época. Fue glorioso.

— ¿Y qué pasó?

— Pues que miles de jóvenes nos concentramos y decidimos ocupar aquella base militar. No teníamos armas de fuego, pero estábamos dispuestos a morir por nuestros ideales. Primero una multitud de personas se agolpó alrededor de las vallas y el campo fue llenándose de visitantes que acudían desde todas partes del mundo. Los militares trataron de disuadirnos, pero hubo un gesto simbólico que lo cambió todo. Uno de los militares trató de disparar al aire y junto a él otros trataron de hacer lo mismo, pero hubo uno que no, que decidió disparar de frente. Y mató al pobre John Smiltter. Era un jovencito confuso, muy querido por sus amigos, que había acudido allí vestido de muñeca de porcelana victoriana. Él sólo quería saber la verdad. Y murió sin conocerla. Todos lo vimos caer al suelo y con su sangre, el pánico empezó a apoderarse de nosotros.

— ¿Y murió más gente?

— Así es hijo. Los militares empezaron a disparar y cayeron muchos más. Pequeños hombrecillos con barba, elfos, duendes, cosplayers… pero entre nosotros había gente valiente que tomaron las riendas y el miedo cambió de bando. Mientras la multitud gritaba y corría en estampida, los furros contratacaron. Muchos de ellos murieron, pero rodearon a los soldados y lograron romper las vallas. Luego, la aparición de los Naruto runners fue fundamental desde un punto de vista estratégico. Atacaron por el norte, junto con los primeros rayos de luz. Y mientras las torretas trataban de derribarlos, actuaron como la distracción perfecta. En cuanto quisieron darse cuenta, ya era demasiado tarde, todo un corpúsculo integrado por freaks, nerds, karenstraps, otakus y adolescentes sin vacunar, tomamos la base y los militares no tuvieron más remedio que reponer las armas. Sí hubo represalias de nuestra parte, pero nada comparable con lo que ellos hicieron, no sabes la de jóvenes que murieron. Muchos perdieron allí la vida. Por eso años más tarde se pondría una estatua de un furry gigante al lado de la estatua de la libertad, porque ellos fueron los verdaderos héroes de aquella historia. Casi llegaron a extinguirse.

— ¿Pero qué paso con los aliens, abuelo?

— Ahí es dónde quería yo llegar. Después de tomar la base buscamos y rebuscamos, abriendo todos los hangares y destapando todas sus mentiras. Vimos muchas cosas que todavía no comprendemos, pero en alguno de aquellos habitáculos cerrados estaba aquel viejo platillo volante. Fueron algunos nerds los que habían logrado hackear el sistema y descubrir dónde los retenían. Muchos no pudieron verlos, pero yo tuve la suerte de estar entre los afortunados. Vi como aquellos dos hombrecillos de color verde eran vitoreados por la multitud y cómo un grupo de liberadores los acompañaban hasta su nave. Entonces subieron y la nave voló. Ellos volaron, pero nosotros volamos con ellos de alguna de las maneras. No se fueron sin despedirse, nos saludaron desde su distancia y de alguna forma comprendimos todos que volverían algún día para iniciar una nueva era de paz y solidaridad con los de nuestra especie.

— ¿Y volvieron, abuelo?

— Claro que sí, cientos de veces. Y, de hecho, nuestro acto fue pronto sucedido por todo un cúmulo de nuevos actos revolucionarios. Todos los estados de la tierra fueron cayendo uno a uno y cuando la nueva libertad pareció derivar en el mas puro caos, ellos volvieron para ayudarnos a erigir la república universal. Desde entonces, todo es distinto. Internet ha cambiado, el mundo ha cambiado. Todo es mejor. Y los caramelos son más baratos y más dulces.

En eso, la madre entró en la habitación para traerle a su viejo padre un pequeño vaso de leche. El hijo miró hacia su madre y le preguntó si ella había visto los aliens. Ella dejó el vaso encima de la pequeña mesa que estaba al lado de viejo sillón y se fue haciendo una mueca de cansancio.

— Hijo, deja en paz al abuelo ya, ¿no ves que está enfermo? Y tú —dijo dirigiéndose hacia su padre—. Me tienes harta, deja de contar esas tonterías al niño, que ya tienes una edad.

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