Un día como hoy los pensamientos afloran y siguiendo la ley del eterno retorno, los démones ascienden creyendo cielo la fría bóveda de la memoria. En su pretendido renacimiento, la mente que se creía ordenadora, se ve subyugada parcialmente por el anhelo del mismísimo tormento; pero lejos de caer en las arenas candentes del dilema condenado, este ciclo a mí acude el signo de la purificación. Corren vientos de tempestad y exorcismo y los diablos que antes consideraba cercanos, son ahora sombras lejanas, no irreales pero sí carentes de la fortaleza que antaño fustigaban mi alma. No, el infierno no se ha helado por completo, pero entre las brisas del horizonte distingo algo de paz. Hoy me he remontado unos lustros atrás. Normalmente mi tormento me traslada a épocas anteriores, a la infancia y al periodo escolar, años de los que muchas veces sólo recuerdo maltrato y negligencia, especialmente en la adolescencia donde empieza a conocerse por primera vez el dolor del alma. A veces, mientras duermo, mi mente acude allí de nuevo, moviendo las cuerdas de mi particular teatro de marionetas y así me veo, vestido cual muñeco de trapo, actuando y moviéndome de acuerdo a una voluntad que no encuentro en mí y cuya concepción me es ajena, no sólo por la obnubilación que provoca el sueño sobre la consciencia sino porque entre esos registros el miedo crece con fúngico carácter, con ademán de abarcar todo el espacio. Y esa sensación de ser una marioneta me sigue pareciendo familiar, especialmente cuando me he visto incapaz de responder ante las exigencias de un mundo cada vez más hostil y depravado.
Otras veces, entre pesadillas, tanto diurnas como nocturnas, mi mente vuelve a aquellos habitáculos oscuros llenos de velas y silencio, donde unas veces se escuchaban maldades y otras llantos entremezclados con las oquedades de un espacio destruido que hoy mi memoria incluso se incapaz de reconstruir o sanar. Y a pesar del miedo, llevé esa oscuridad conmigo, haciendo de cada hogar, refugio de recuerdos, altar de secretos silenciados y penas amargas. Me marché del hogar pronto, aunque durante unos años hubo intermitencias debido a los estudios universitarios; fueron años amargos, aunque no tanto como los precedentes, donde empecé a conocer a gente importante, mensajeros, οἱ ἄγγελοι, que me señalaron el camino. Fue precisamente haciendo el viejo camino de Santiago cuando empecé a reflexionar sobre las opciones que tenía en la vida; no fue un ejercicio de salud o renovación sino de huida. No descubrí ningún tipo de afán religioso o espiritualidad sino todo lo contrario, el mismo grupo que uno puede encontrar en el bar de la esquina o en el patio de un colegio. Sin ir más lejos, el primer día de albergue a unos peregrinos les robaron las mochilas de viaje mientras dormían; hubo unas noches con gente problemática y borracha que no paraba de armar bronca y a parte de gente maleducada, muchos otros iban en coche aprovechando los albergues para hacerse unas vacaciones baratas dejándonos a muchos sin camas. Sí conocí a algunas personas que me llamaron la atención como Sean pero mi viaje quedó interrumpido prematuramente por la llegada de las clases. Allí empecé a darme cuenta, al volver, de dos cosas. La primera, que algo en mi cuerpo no iba bien. Ya había tenido problemas y épocas de flaquezas pero en aquella época no supieron que mi enfermedad era autoinmune, era algo que ya estaba dentro de mí. La segunda, es que a la vuelta del camino, quería empezar una vida nueva en otro lugar y justo al volver me di cuenta de que estaba completamente solo, que todas esas personas con quienes hablaba no eran más que pegatinas y emoticonos sobre un ordenador viejo.
A lo largo de aquellos dos o tres años sólo había ido rodeándome de toda una serie de parásitos, larvas astrales o fecales que iban absorbiendo lo poco que me quedaba de energía. De eso ya hablaré en otra serie de pensamientos ocultos pues detrás de estas historias siempre hubo algo de paranormal. Fue decisivo encontrarme con Thérèse, pues no sólo me enseñó la importancia del saber oculto sino también a desenmascarar a muchos farsantes. Con ello y haciendo investigaciones, fui comprendiendo que una de las personas que más daño me hizo en aquel momento de vulnerabilidad no era más que una cáscara vacía, una imagen virtual deificada que sólo escondía a una persona fracasada sin estudios y con una insinuada deficiencia cognitiva que pagaba su frustración haciendo daño a los demás. Lo mismo con toda una serie de monstruos, algunos más irrisorios que tenebrosos, como la marabunta de frikis amargados que hoy deben haber fermentado en X u otros que han ido apuñalando y maldiciendo hasta conseguir algún asiento en la UV y cuyas mandíbulas deben estar más trémulas que los bigotes de mi gato cuando ve un pajarito volar. Lo peor de todo esto fue que incluso durante años me tiré la culpa por aquellos fracasos del corazón. Nunca esperé ni restitución o memoria. Tampoco aprendizaje. Simplemente olvidé.
Los raíles me ayudaron en esa misión. Media vida me la pasé entre trenes y andenes. Leyendo, estudiando y escribiendo. De ahí la importancia que tienen los trenes en mis relatos y en mi novela. Al principio era una cuestión de estudios pues yo crecí en Alicante, cerca del mar, aunque después me mudé a Valencia. Más tarde estuve en Italia, primero de vacaciones, luego por otras cuestiones que ya mencionaré. Cambié mis estudios presenciales por estudios on-line y así pude descubrir lugares llenos de misterio y encanto, desde Alemania, Italia y Portugal hasta mi querida Francia. Es una lástima que en aquella época sólo aprendiera a dominar algo del inglés para entenderme lo básico pues a pesar de que parte de mi familia materna procede la región gala, la tradición se perdió aunque luego he ido aprendiendo lo básico. Estos años de aprendizaje no han sido desde luego fáciles porque además del estrés del estudio, han estado los años de abandono que un optimista tildaría de sabático y el dolor provocado por mi enfermedad, la cual me ha ido postrando los últimos años o bien en la cama o en la silla, impidiéndome desarrollarme profesionalmente como terapeuta por la dificultad que conlleva el dolor pero también haciendo que sea casi imposible optar por una formación académica más elevada. Con todo esto, a pesar de recordar estas heridas, me gustaría tener algo de esperanza este año nuevo porque creo que algunas cosas van a cambiar. En primer lugar porque voy a terminar de una vez los estudios y tendré tiempo de verdad para escribir y en segundo lugar porque a parte de terminar buena parte de los proyectos que he ido alimentando por el camino, voy a empezar mis proyectos más profesionales, enfocados a la publicación y difusión de material cultural.