Ecos de vida confusa. Índice y notas.
Ecos de vida confusa es una continuación del anterior relato, Cementerio de olvido, hormigón y sombra. Para más información, leer en la sección proyectos.
I
Contrariados vientos sacudían la noche y mientras las sombras se arremolinaban entre las malezas y los serpeteantes riscos escarpados del acantilado, nuestro hombre perdido divagaba sobre las opciones de su futuro. Por un lado quería concluir con la misión antes de imaginar una forma de escapar de aquel planeta en ruinas pero también quería dirimir la culpa del superviviente que asomaba por su conciencia. Pensó si realmente alguno de sus compañeros podría haber salido vivo del accidente pero aunque recordaba una y otra vez a la situación, su experiencia como explorador y antiguo militar le devolvían una repuesta rotunda y desoladora. En aquella playa no había pendientes en los que uno pudiera zafarse y aquella colonia de monstruos debieron cubrir toda la superficie de la playa como una marea de muerte inevitable. Habían pasado ya semanas desde la llegada a aquel planeta olvidado y aunque había podido explorar parte del territorio, la restauración de su pequeña base de superviviente había acaparado casi toda la atención. El viento crecía por la noche y enfriaba la estancia, incidiendo dolorosamente en sus pulmones. Así pues, primero tapó las grietas del búnker fabricando una especie de cemento rápido con gravilla, polvo de roca y restos de moluscos machacados. Aquejado los primeros días con un fuerte catarro, pudo completar la reparación de la pequeña estancia que había adoptado como dormitorio. Lo segundo fue asegurar las puertas secundarias y explorar los túneles que se encontraban más abajo, una tarea que le llevó días enteros. Encontró allí cosas interesantes para un explorador. Había documentos que podrían considerarse mapas si no fuera porque debían ser tan antiguos que la orografía había quedado obsoleta y la representación cartográfica resultaba irreconocible. Siglos o seguramente, milenios atrás, aquellos arrecifes eran la corona de una montaña y el mar debía haber crecido bastante metros de altura, alcanzando parte de una ciudad que presuponía costera. Por lo que pudo entender, los otros acantilados que se mostraban ahora ennegrecidos por la agresividad de las olas debían estar uno más al norte, otro hacia el oeste y otros dos hacia levante. El norte era el más cercano pero no era fácil acceder a él ya que el arrecife se estrechaba y bajaba en algunos tramos hasta rozar varios metros la altura de las olas más grandes, convirtiendo todo aquel corpúsculo de tierra en una punta de fecha rodeada de mar. También encontró en aquellas instancias algunos artilugios extraños y herramientas que no tardó en rescatar de su olvido. Había entre ellas algunas armas de corto alcance que todavía parecían funcionar aunque la munición encontrada fue bastante escasa.
Más allá de aquellas pequeñas salas de almacenamiento encontró varia habitaciones vacías repletas de polvo, una sala grande, varios túneles derrumbados y una especie de cueva que o bien quedó como el anticipo inacabado de una nueva estancia o fue construida tiempo después por algún animal o superviviente desesperado. La única escapatoria viable era un túnel en vertical que terminaba en una especie de pozo, pues el agua se había filtrado con el tiempo anegando aquellos lares. Aunque tenía material de respiración, teniendo presente las criaturas que aguardaban en el océano, no podía correr el riesgo de meterse en el agua. Si debía ir hacia el norte, debía hacerlo por los senderos. Los primeros días mientras exploraba y aseguraba el refugio, un viento turbio de arenisca le impidió moverse fuera pero a los cuatro días el cielo se mostró despejado y pudo salir sin riesgo a perderse. Fuera del búnker, montó una especie de antena portátil y con el computador configuró su software para iniciar el proceso de exploración. Tras lograr el arranque, soltó tres pequeños drones que salieron despedidos empezando a fotografiar y mapear el territorio. Mientras tanto, trató de rescatar las lecturas de los aparatos de medición que había anclado el primer día tras su aterrizaje. Uno de ellos había quedado deteriorado quizá por algún agente químico en la tierra o el traicionero viento cargado de humedad. La cuestión es que pronto y antes del regreso de los drones, su lector portátil almacenó las lecturas. Al parecer los sensores habían detectado grandes movimientos subterráneos a sus pies, bordeando todo el peñón. No parecía magma, la actividad sísmica se mostraba inapreciable y aquellos movimientos captados como vibraciones no tenían la regularidad de las maras. Otro de los sensores mostró que su densidad era mayor que el agua y emitía un calor tenue. Mientras los drones volvían, de nuevo, el horizonte empezó a cobrar un tinte sobrenatural y mientras algunas partes más lejanas parecían moverse o deformarse, unas pequeñas luces rojas aparecían y desaparecían, esparcidas por toda una serie de oquedades y escondrijos que debían estar situados al norte, en la parte más alta de todo el terreno visible.
Pronto el aire empezó a crecer y el explorador se metió de nuevo en su base provisional, recogiendo parte del material desplegado y los drones cuyas baterías estaban ya más que agotadas. Debido a la humedad el recolector había logrado recuperar una gran cantidad de agua. En las maletas tenía provisiones para varios meses en forma de tabletas y pastillas potabilizadoras. No obstante, pronto necesitaría plantar las semillas pero esperaría a encontrar un suelo menos ácido y más alejado del viento. Mientras fuera, el polvo y la arena enturbiaban la visibilidad, dentro volcó los datos de exploración en un mismo documento y agrupó las fotografías de los drones en su computador. El terreno en efecto se mostraba tal y cómo había podido intuir aunque desde aquella altura, la costa se tornaba más extensa de lo que uno pudiera haber imaginado. Los armatostes al este sobresalían durante varios kilómetros y aunque había algunas zonas con cubiertas accesibles, estaban demasiado lejos de su posición. Así pues, tendría que renunciar a explorar aquel cementerio industrial y marchar al norte rumbo al misterio del montículo y sus destellos animados.
II
Pasaron varios días más hasta que aquella especie de borrasca pareció lejana. El cielo estaba azul y las nubes se acumularon alrededor conformando todo un horizonte negro de tormenta que debía situarse a bastantes kilómetros de distancia. Recogiendo los equipos marchó por el sendero angosto entre las rocas. Tuvo que hacer varios viajes, utilizando el rifle para conectar con cuerdas aquellos espacios por los que era imposible pasar, bien porque descendían hasta las olas o porque el camino se volvía uno con la pared vertical del acantilado. Apoyado con correas pudo mover fácilmente las dos cajas que transportaba sin tener que arrastrarlas más de un kilómetro. No obstante, pronto se encontró ante un paso bajo y húmedo que discurría a pocos metros del mar. Éste estaba cubierto con unos salientes que hacían de parapeto contra las olas pero más adelante, el camino estaba anegado por el agua. No le quedaba munición de anclaje ni ganchos para engarzar sobre las rocas. Una vez utilizado, era difícil de extraer y lo más probable es que la punta quedara mellada haciéndolo difícil de reutilizar. Tampoco quería arriesgarse a impedir una posible retirada. Así pues, acorralado ante la decisión, decidió dejar la caja principal en el camino y cargar con la más prescindible arrastrándola sobre la arena. Ésta, húmeda y espesa, era más bien una especie de lodo viscoso que parecía haberse acumulado y entremezclado con la arena original. Le fue difícil moverse y suerte tuvo que la acidez no fuera tan fuerte para descalzarlo. No obstante, antes de llegar, una fuerte sacudida hizo que su cuerpo se precipitara hacia la roca, abrazando su escarpada naturaleza y provocándose gran daño con su afilada superficie de cristal oscuro.
La playa entera tembló y de entre el mar cercano y el lodo asomó una especie de criatura que seguramente se había despertado ante su presencia. Desde su posición, parecía una especie de mano de ocho metros que caminaba sobre cinco grandes dedos gelatinosos y allí donde se levantaba la parte superior, había una especie de cresta viscosa y medio traslúcida que se movía emitiendo unos goteos incesantes. Aquella cabeza parecía una especie de medusa sin ojos consciente de su presencia. El explorador quedó inmóvil. No sabía si aquello conocía exactamente su posición, pero le era imposible correr hacia uno de los dos extremos antes de que aquella cosa le alcanzase. La criatura, después de una breve incorporación, ladeó la cabeza hacia atrás y empezó a moverse hacia su posición arqueando sus extremidades como una araña en posición de ataque. Dejando la caja en el suelo, sacó uno de los rifles que había encontrado en el búnker y que ya había tenido la ocasión de probar. Disparó toda una serie de ráfagas tratando de apuntar. Los disparos, como hilos anaranjados impactaron sobre su cuerpo por encima de las extremidades y causaron gran daño superficial aunque no llegaron a atravesar toda la estructura corporal. El arma pronto se calentó demasiado y sus dedos abrasados sólo pudieron dejarla caer al suelo. Aquella cosa siguió saltando sobre el lodo hasta que algo perforó el aire por encima. Unas especies de barras azules cayeron sobre la cabeza del monstruo y estallaron en su interior provocando un gran estruendo mientras todo su cuerpo caía inanimado y gelatinoso sobre su propio lecho. El ruido en el mar se hizo ensordecedor y junto a las crecientes olas, un sismo pareció recorrer el litoral. El explorador dejó su equipaje y salió por el otro extremo, encontrando el sendero que lo devolvía al camino entre las rocas. Intentó girarse una vez a salvo para intentar visualizar el cargamento pero algo ya había invadido la arena. Eran como miles de seres traslúcidos que se amontonaban uno sobre otro tratando de cubrir por entero el cuerpo destrozado de la bestia marina. Debían ser una especie de seres carroñeros menores y a esperar por las vibraciones, otros más grandes parecían estar también en camino.
En ese momento, algo tocó su espalda pero cuando se giró no vio a nadie salvo una luz que parecía sobresalir por las pendientes desde la parte más alta de la roca. Al subir, el camino transcurrió sin dificultad, llano y siempre sobre la roca, habiendo algunos escalones menores y pendientes resbaladizas que pudo sortear sin necesidad de cuerdas. No había rastro de la luz, pero las nubes pronto aceleraron un atardecer prematuro. Intentó acelerar la marcha, pero su cuerpo estaba magullado y cansado por todo el recorrido. Después de casi una hora de recorrido, en una pendiente cada vez más acusada, finalmente el explorador llegó a una explanada. El mar seguía envolviendo la tierra, pero esta vez el terreno era más amplio y estaba situado desde una posición ventajosa, desplegándose alrededor de un gran peñón que atenuaba parte del viento. Delante de su mirada, sobresalía una especie de búnker de piedra como el que había más adelante pero éste parecía más grande y mejor conservado. Cerca de su posición, había una especie de habitáculos o casas estructuralmente realizadas con escombros y barro y una cueva repleta de grietas y ventanas que debían ser epicentro de las luces rojizas que veía desde su antiguo refugio.
Dentro del búnker, pudo descubrir una instalación mejor conservada aunque con algunas salas medio derruidas. Había habitáculos totalmente insonorizados y varias torres salientes con cañones totalmente convertidos en pequeños montículos de óxido ferroso. Dejó su mochila y sacó lo que pudo traer. Dentro había una parte de los víveres, semillas, una pistola, una pequeña herramienta multiusos de construcción y defensa y uno de los ordenadores que se sincronizaban con los diferentes aparatos de su traje. Pensó entonces si alguna vez podría recuperar al menos una de las cajas que había dejado a salvo en el camino. Sin las baterías y los medios de exploración el ordenador pronto quedaría agotado. Los drones y muchos de los equipos de medición seguramente ya serían pasto de aquellos carroñeros costeros. Podía prescindir de la tecnología si tenía alimentos pero tarde o temprano tendría que recabar información y tratar de establecer un canal de comunicación viable.
III
Los días pasaron rápido. Tras la sucesión de aquellas tardes intempestivas siguieron unos días extrañamente longevos, como si el planeta no siguiera una rotación uniforme o la propia fuente de luz de aquel sistema tuviera experimentara algún fenómeno desconocido. Tras aquel periodo de días blancos, aparecía de nuevo la luna y luego una segunda luna cuyo semblante parecía artificial. La luna cobriza estaba llena de luces y estructuras semejantes a una gran plataforma tecnológica. Aquello pudo haberlo construido la antigua civilización como una colonia lunar o para extraer la energía de la estrella. Mientras las semillas germinaban y el huerto improvisado crecía, el explorador terminó de limpiar y ordenar su nuevo refugio. No tuvo que realizar mucho trabajo aunque éste fue más lento de lo esperado porque tuvo que hacer uso de herramientas más primitivas encontradas en las inmediaciones. Intentó abrir una puerta que permanecía atascada pero no pudo. Con aceite, una palanca imantada o un soplete podría intentarlo pero todas aquellas cosas o bien se habían perdido con la nave o estaban ahí abandonadas al borde del acantilado. De momento no barajó la idea de volver atrás y se centró en explorar las inmediaciones. El interior de la cueva estaba lleno de dibujos, relieves y esculturas que retrataban seres jamás vistos. Había huellas que parecían recientes y restos de material que indicaba que alguien había acampado allí recientemente. Estuvo indagando en los edificios colindantes y bordeó todo el arrecife sin adentrarse demasiado en los caminos del bosque. Por la noche veía un cierto resplandor lumínico e incluso ruidos que parecían voces lejanas pero por más que revisitara aquellas estancias nunca encontraba a nadie.
Un día todo cambió. Habían pasado semanas ya desde su última aventura y no había logrado sacar información. Siendo todavía temprano, empezó a recorrer el pequeño huerto para cortar los primeros tallos de la silvapa y alguno de los petrolinques florecidos. De golpe vio unas manos en el aire toqueteando aquellos frutos. El explorador se asustó y al emitir un ligero grito aquellas manos huyeron despavoridas del huerto, metiéndose quizás en las entrañas de la gran cueva. El explorador caminó con cautela aunque no llegó a adentrarse; sospechaba que aunque buscara aquello no iba a ser encontrado. Tras mucho meditar y después de cortar la primera cosecha, decidió guardar alguno de los tallos más tiernos y se adentró en la cueva. Dejó allí la comida, no sabía si como ofrenda o regalo, pero pensó que si aquel ser tenía curiosidad, podría ver esta satisfecha con unos ejemplares. Lo más probable es que no comiera aquella cosa desconocida, una alimentación exótica y técnicamente alienígena, pero no echó en falta su perdida ya que ahora disponía de más semillas para duplicar la extensión de su cultivo.
Por la noche, algo le despertó. Alguien aporreó la escotilla del búnker. Cuando salió afuera, no había nadie, pero sí una luz resplandeciente en una de la viejas construcciones de barro. Al caminar hacia allí sintió unos escalofríos. Primero las luces se dispersaron, lanzándose cada una en una dirección, catapultadas como bengalas rumbo a la extinción. Tras el silencio y la oscuridad, vino un frío terrible. El explorador sintió miedo y decidió retirarse hacia la seguridad de su base. Al volver vio algo que hizo que se le erizaran todos los pelos del cuerpo. Al lado de la escotilla de entrada estaba la caja que había dejado agazapada en el sendero antes de perder la otra en la emboscada de la playa. Miró a su alrededor. Algo oculto en la noche lo miraba con intención consciente y quizá aquel encuentro era consecuencia de la comida que había dejado en la cueva esa misma mañana. Cuando entró, abrió la caja y comprobó el material. Su interior estaba íntegro, como si nadie hubiese tocado nada. La humedad no había logrado penetrar en su interior. Antes de cerrar la escotilla miró una última vez a la oscuridad. Pensó que quizá después de tanto silencio, detrás de ese misterio inescrutable, había una posibilidad de comunicación.