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Cementerio de olvido, hormigón y sombra

Cementerio de olvido, hormigón y sombra

Foto montaje en b/n. Dos torres en medio de una playa conectadas por una pasarela. Una persona está sola sobre la pasarela, las demás caminan por la orilla.
Marcin Sacha, The phantom of liberty series

Cementerio de olvido, hormigón y sombra. Índice y notas.

Tras las lentes de las máscaras podían verse los reflejos interrumpidos de aquellos ojos parpadeantes. El ruido de las hélices era demasiado atronador para dejar sentir el estrépito de las olas rompiéndose sobre los armazones y las rocas costeras. Era noche de luna creciente y aunque la superficie del mar se mostraba ligeramente argéntea, la luna era eclipsada de manera intermitente por unas nubes densas que debían deambular agrupadas a muy baja altura. Era a simple vista, desde aquella posición aérea, un lugar abandonado, cubierto de hierbas y restos de una ya obsoleta industrialización. La nave ladeó mientras trataba de recuperarse de una ventisca inesperada; en aquellos lugares el viento se mostraba traicionero y aunque a veces había vaivenes continuos y cambios abruptos de intensidad, lo más peligroso eran las bombas de calor y algunos fenómenos atmosféricos anómalos que sucedían en aquel entresijo de mareas, corrientes alternas y vientos contrariados. El aparato zozobró y cuando parecía quedar a merced de un destino azaroso y cruel, el piloto se recompuso y supo escabullirse virando hacia la costa. La maniobra fue arriesgada y cerca estuvo de calcular mal la trayectoria oblicua de descenso pero lejos de estrellar la nave sobre la arena, ésta se condujo con mayor naturalidad entre un espacio cerrado resguardado del viento, entre una costa afilada de piedra oscurecida y los restos de un muro de piedras que debía pertenecer a una época anterior a las estructuras que habían venido desde el aire, pues sobre su superficie había mellas abundantes, como si un gran escuálido hubiera mordisqueado aquella muralla hasta quedar harto de piedras y argamasa polvorienta. La nave se posó ligera sobre la estanca arena y unos segundos después se hundía mientras el viraje de la hélice empezaba a amainar. Los tres tripulantes salieron rápidamente creyendo que la cabina iba a quedar engullida por la ancestral playa pero ésta quedó varada al encontrar la resistencia de la roca subyacente.

Los tres hombres con traje de protección y casco recogieron sus aparatos y marcharon con sus proyectos perfectamente planificados. Uno se dirigió hacia el borde, donde asomaba la marea. Otro empezó a clavar una especie de varillas en la arena y con una serie de cordeles y alambres empezaba a montar una especie de dispositivo de señalización. Tras recoger las muestras había que marcar el territorio y tratar de establecer comunicaciones en ambos puntos; sabían de antemano que lejos de la costa, en una región volcánica a unos doscientos kilómetros al norte debía haber un antiguo laboratorio cuya antena debía permanecer operativa. El tercero recogió un equipo pesado y después de arrastrarlo por la playa durante minutos, volvió a la nave para recoger unas herramientas complejas y variadas entre las cuales se encontraba lo que parecía una especie de cohete, material de escalada y un rifle de precisión. Disparó hacia la cabeza del arrecife y después de asegurar la cuerda que se había tensado entre el suelo y el garfio torpedeado con fuerza, empezó a subir junto con el material anexado apoyado por una especie de polea de mano eléctrica. Cuando llegó a la cúspide, descubrió una planicie ante la cual se mostraba una pared de piedra pulimentada, adornada con lo que quedaba de un tejado de recubierto de arcilla y unas oquedades desgastadas que debieron albergar puertas y ventanas en tiempos ya pasados. El hombre dejó la gran caja y los restos del equipo y se adentró en la estructura. Dentro, las paredes habían sido convertidas en arena gris y unos extraños símbolos emanaban como espirales marcadas con grafito de una grieta que no parecía natural. Tras explorar las inmediaciones, pudo comprobar que no lejos de allí había otros edificios abandonados y al este de la estrecha planicie se encontraba la otra cara del acantilado, junto con una pendiente donde sobresalían todas aquellas extrañas estructuras de hormigón con un resplandor fingido pero solemne. De una de aquellas casas cercanas salía una intensa luz rojiza, como la de una bengala de advertencia. El explorador caminó hacia la estancia armado con su rifle. Desde el exterior no parecía advertirse nada pero una vez dentro pudo ver al fondo de un amplio pasillo con pilares robustos un pequeño contenedor en llamas. Unas manos flotantes y abiertas se posaban como una mariposa incauta sobre la fuente de calor, ignorantes de la observación. Mientras caminaba hacia aquella misteriosa aparición, unas manos se posaron en su hombro. Éstas sí eran reales y estando enguantadas bajo un cuero desconocido, denotaban una deformidad avanzada. El hombre misterioso que permanecía de pie junto a la puerta le hizo un gesto que parecía pedir silencio. Sus ojos profundos eran serenos pero su boca aunque quería hablar, no era capaz de emitir juicio. En aquel lugar desconocido el lenguaje parecía una herramienta caduca que no hacía sino subrayar la incapacidad de los seres para comprenderse. Ambos salieron de la estancia y el hombre le señaló el sendero que llevaba por encima de unos escombros. El explorador quiso sacar de su bolsillo alguna especie de carta de símbolos con tal de intentar una comunicación más profunda pero un estruendo llegó del oeste; procedía de la zona de aterrizaje así que corrió como pudo por aquel sendero mal iluminado y lleno de rocas enemigas.

El hombre desconocido lo siguió con paso más ligero preocupado seguramente por la explosión. Cuando llegó al borde del acantilado no pudo distinguir nada más allá del agua y de la polvareda que se había levantado. Se acercó nervioso al equipo y cogió una especie de lanzabengalas. Ésta lanzó un proyectil que al impactar directamente sobre el agua no llegó a emitir ninguna luz. Bajo sus pies, la tierra temblaba, como si algo extraño y colosal se arrastrase vigorosamente por la playa. Al disparar una segunda vez en un ángulo menos cerrado, la bengala chocó contra las rocas traicioneras y esparció una luz rojiza que fue hábilmente detectada por el sensor de su visor. La marea había subido de manera antinatural alcanzando la arena por encima de unos niveles desprovistos de humedad. No había restos de la nave. Puede que alguno de los investigadores hubiera subido a la nave al ver el nivel de la marea o que ésta hubiera explosionado ante alguna especie de reacción química. Ante la duda, tiró una tercera bengala acertando de lleno en una parte que no parecía cubierta todavía por el mar. Lo que vio allí perturbó su razón. Aquella oscuridad que se cernía sobre la arena no era una simple marea sino un manto de lo que parecía ser una colonia de bestias gelatinosas que como serpientes, reptaban famélicos y nauseabundos conformando una especie de red de gusanos, con tentáculos y pinchos que podrían pertenecer perfectamente a un aterrador ser del inframundo. Aquel amasijo desalmado debía ser la prolongación de alguna especie de depredador del fondo marino que había acudido motivado por las vibraciones de la nave o quizá alguna de las ondas de los aparatos de comunicación. El hombre extraño no podía entender qué debía haber en aquella playa antes de la aparición de aquel ser y su aparente quietud demostraba que aquella alma, nativa o no de aquellas tierras, ya se había acostumbrado a descubrir aquellos aterradores misterios marinos. No obstante, mientras el visitante trataba de distinguir algo en el espectro infrarrojo de la visión que le proporcionaba el casco, el hombre misterioso le señaló la cuerda. Uno de sus compañeros había atado a la cuerda su equipo aunque de él no había rastro. Ambos tiraron de la cuerda hasta alcanzar el maletín. Éste estaba manchado de sangre. Al no estar del todo cerrado algunas de las cosas de su interior se habían esparcido sobre aquella masa de muerte viva. Quería pensar que al menos uno de ellos había sobrevivido a la llegada de aquel ser pero el ligero aroma a combustible quemado le indicaba que la nave pudiera haber estallado por alguna razón desconocida.

Pronto trató de componerse. El hombre misterioso le ayudó a arrastrar la pesada carga hasta el sendero ruinoso. Allí había una especie de mirador, con varios niveles de superficie y uno o dos senderos que escarpados en demasía a la quebradiza roca, serpenteaban hacia lo desconocido. Antes de marchar, el desconocido arrojó un extraño gesto en el aire y se esfumó como un holograma, como si nunca hubiese sido real. Con gran esfuerzo, subió los paquetes por aquella especie de túmulo y allí donde la tierra no mostraba ningún atisbo de vida vegetal, pudo ver la superficie de una especie de búnker. La escotilla estaba oxidada pero se podía abrir con naturalidad. Dentro, unas escaleras daban a una especie de túnel con varias estancias. Tras registrar al perímetro y no encontrar nada peligroso bajó el equipo. Una de las paredes tenía una oquedad considerable y una especie de cañón totalmente oxidado y ennegrecido por el olvido permanecía inerte sobre una estructura incapaz de rotar, esperando eternamente a un enemigo inexistente. El explorador sacó las muestras del segundo equipo. El primero tenía víveres, semillas, material de muestra y provisiones. El equipo rescatado de la playa contenía aparatos de investigación. Uno de ellos le permitía realizar muestreos a través de sondas y análisis fotoquímicos. Gracias a ellos pudo averiguar que la atmósfera era respirable aunque no del todo saludable. Al quitarse el traje y el casco pudo comprobar que realmente en aquel lugar hacía un frío desolador. El viento entraba por la apertura de la vieja batería costera y por eso decidió trasladar su equipo a una de las salas contiguas. Allí seguía habiendo símbolos pintados en la pared y sobre éstos unos extraños líquenes se habían apoderado de las formas, reforzando unos relieves que le parecían más que inquietantes. Al final se hizo la noche y aunque todavía era temprano para investigar qué otras formas de vida había en la región, colocó los aparatos necesarios para empezar a recolectar agua a través de la humedad y ancló varillas como las que su compañero desaparecido colocaba en la arena horas atrás. Sin la nave los análisis no iban a ser concluyentes pero si se hacía con información relevante de la extraña corriente que emanaba de aquella tierra salvaje podría sacar energía suficiente para mapear la región, recargar los equipos y localizar la base que debía estar más al norte.

De momento trató de dormir pero avanzada la noche algo le alertó. Al despertar, una sombra sobre la pared le hizo gritar del susto. Empero, no había nadie entre ésta y la luz natural de la luna. La sombra seguía allí, inquietante, observándolo desde un sepulcral silencio y lentamente movió el brazo y la mano, como saludando a su nuevo inquilino. El viajero se sentó y abrió la luz. La sombra desapareció amenazada por su verdad pero al retomar la oscuridad natural, ésta ya no estaba. El hombre decidió vestirse con el equipo de montaña y llevándose algunas herramientas de exploración, salió del búnker. Pensó que aquella noche no podría dormir. Fuera el frío era atronador y las estrellas tintineaban con una extraña vibración. Decidió voltear el sendero y subir sobre alguna de las estructuras más altas del arrecife. Desde allí pudo volver a ver aquel cementerio de hormigón, como gigantes caídos sobre una marisma arenosa repleta de secretos y bestias repulsivas que bordeaban sin saberlo los restos de una civilización que había crecido y perdurado ajena a cualquier tipo de contacto exterior. Nadie nunca supo realmente para qué servían aquellas estructuras pero si alguno de aquellos antiguos cubos o aparatos mecánicos seguía íntegro y operativo no debía situarse sobre los armatostes abandonados de hierro y hormigón sino sobre los insondables y laberínticos túneles que recientemente habían sido descubiertos sobre aquel acantilado, pues ni las bestias ni la marea debían haber llegado nunca a aquella considerable altitud. Es posible que lejos de la extrema acidez del mar alguno de aquellos vestigios haya podido haber sobrevivido y arrojar algo de luz sobre el destino y la voluntad de aquellos seres que llegaron a dominar las formas y la voluntad de todas las formas de vida que crecían en su propio sistema solar.

No muy lejos de allí algunas luces aparecían y desaparecían. Eran hogueras como las que había podido ver horas atrás. El frío realmente reclamaba algo de fuego y luz pero todavía estaba alejado de encontrar qué se encontraba detrás de aquellos símbolos, de aquellas extrañas grietas repletas de hongos y líquenes multicolor y más aún lo estaba de encontrar el origen y sentido de aquellas manos solitarias alimentándose de la única luz de un brasero improvisado sobre lo que podía ser un bote de pintura de material inflamable. El hombre misterioso debía habitar alguna de aquellas grietas perdidas y puede que con el tiempo, si no venían a sacarlo antes de allí, lograra entender algo de su existencia. En aquellos confines del espacio, el problema ya no residía en el lenguaje, en las formas, vibraciones o mecánicas a través de las cuales se articulaba la comunicación material sino en formas de mente que escapaban a los esquemas del entendimiento considerado unívoco, binario o al menos lineal. Mientras avanzaba la noche pudo ver como algunas luces aparecían en la lejanía. Parecían como naves insinuadas entre las nubes que se materializaban, mostrando una luz rojiza abrazada con tonalidades violeta que trataba de encontrar su homólogo en la tierra. Eran naves hábilmente camufladas, emborronadas quizá por la imaginación sintiente del viajero pero que subían y bajaban, recogiendo objetos o quizá seres que al igual que él permanecían perdidos y olvidados en aquel cementerio de olvido, hormigón y sombras. Sombras que iban y venían, escurridizas ante la luz de la verdad pero que conectaban cada pasado con su presente bajo una forma de memoria que podía ser imperecedera.

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