Recuerdo inconcluso. Índice y notas.
Hace unos meses, trabajando en un grupo multidisciplinar, organizamos una reunión para poner ideas en común y preparar un conjunto de cuestiones relacionadas con el mundo estudiantil. El objetivo de todo aquello era presentar un borrador con el esquema de unas diez charlas que debían impartirse en diferentes institutos y colegios de la zona. Era un trabajo puntual para una empresa que colaboraba con la consejería de educación y que debía incluir charlas preventivas sobre ciertos peligros del mundo adolescente pero también una orientación hacia el futuro profesional. El tema de las drogas estaba claro en la lista desde el principio al igual que una charla sobre las diferentes opciones de formación después de la ESO, incluyendo los ciclos formativos; sin embargo, en esa tormenta de ideas donde tratamos de encontrar una idea original, una frase salió de mí, libre a mi voluntad: «fábrica de niños». El lapsus no pareció encontrar receptores entre el grupo, como si aquella frase hubiese caído en saco roto. Una voz en el fondo de la sala estaba hablando de organizar visitas a ciertos lugares y luego una profesora mencionó algo sobre un taller de sexualidad. De esa conjunción quizá salió aquella idea, pero algo en mí me advirtió que no estaba ante un lapsus. Los docentes dejaron el tema de las ideas y empezaron a debatir sobre el taller. La idea no parecía haber sido bien recibida por algunos docentes que temían el rechazo de los padres y del AMPA. Sin embargo, mi mente quedó absorta por aquella simple frase, como si escondiera algo.
Cuando terminó la reunión caminé hacia casa. Vivía cerca pero el camino pareció más largo que de costumbre. Una idea acudía una y otra vez a mi cabeza, era un recuerdo en forma de imagen. Al principio podía ver una mujer sentada en una silla manejando lo que parecía ser un muñeco de plástico. Iba vestida con un delantal de trabajo y en el fondo quedaba resaltada una pared industrial de ladrillo y férreo metal. Cuando entré en el salón de mi casa y me dejé caer sobre el sofá, sin quitarme la chaqueta, empecé a tener la sensación de que detrás de aquel extraño recuerdo había una historia olvidada. Recordaba de pequeño haber ido de excursión a una fábrica, pero poco más. No podía reconocer ni el año ni la edad, pero me veía a mi mismo caminando en fila junto a mi amigo de la infancia y a nuestro alrededor había unos adultos que parecían gigantes. Llevábamos gorra y mochila y de acuerdo con el rostro desvelado de la profesora, creo que debía ser tercero o cuarto de primaria. En ese justo momento íbamos a entrar en la sala donde se fabrican los niños. Todos entramos algo asustados pero a la vez inquietos. Había varias máquinas hechas de barro cocido y junto a cada uno de estos hornos, una mujer sentada iba colocando piezas a lo que parecía ser un bebé humano. Todos los habíamos visto alguna vez, pero no nos imaginamos la cantidad de herramientas y utensilios que requerían. Con una maestría que nos parecía magia, aquella trabajadora iba colocando, engarzando y doblegando el cuerpo de aquella pequeña criatura. Recuerdo haber pensado en aquel momento si yo venía de aquella fábrica.
Luego el recuerdo empezó a volverse borroso y no pude acceder a los momentos previos. Traté de ver algún signo externo de la fábrica, para ver si la podía situar en el presente, pero fue en vano y por eso dejé momentáneamente el propio acto de recuperación. Pensé que seguramente visité de pequeño una fábrica de juguetes y quedé impactado por alguna visión. Esa interpretación era plausible, pero los tetalles que se sucedían empezaban a alertarme sobre mi pasado. Recordé poco después ver aquella pequeña criatura moverse y llorar como si fuera consciente de su nacimiento. También había otra sala más pequeña llena de vasijas y grandes planchas de metal que parecían actuar de molde para las piezas de barro. En éstas había varios símbolos y aunque hice un esfuerzo especial por rescatarlos, quedaron emborronados en aquel posible pasado. Todo era demasiado complejo para pensar que el recuerdo había sido alterado. Después de aquella extraña visión, al cabo de una hora volví a tener una conexión nítida con mi mente. Esta vez estaba en otra sala más grande, en el mismo contexto y con los mismos compañeros. La profesora nos mostraba una pared llena de tubos cilíndricos, fuelles y contenedores de cristal. Allí se reunían las almas. Recordaba con extraña fidelidad sus palabras. Había tres tipos de almas y estas tres almas se reuníen en tres tipos de recipientes según el cuerpo en el cual iban a ser depositados. Para que el alma cuajara y entrara en consonancia con su futuro hermano material, se utilizaban tres tipos de elementos. No entendía muy bien su organización pero en aquella explicación nos dijeron que para que el niño naciera sano era necesario utilizar alguno de estos tres elementos. No eran elementos concretos sino más bien tres tipos de sustancias que podían encontrarse dentro de plantas y minerales. En aquel caso la mujer tenía cerca tres cestos. En el primero había unos montones de sal, aunque nos dijeron que se trataba de calcarea carbónica; en el segundo, una flor llamada albarraz y en el tercero, una pequeña muestra de fósforo.
Durante aquella exposición, todos los niños miraban boquiabiertos una estantería llena de líquidos de colores que parecían emitir pequeñas burbujas traslúcidas, como si algo fuera consciente de que estaba siendo observado. Mi afán aventurero me llevó a tocar uno de aquellos tubos que vertebraban la pared. Estaba helado. Un hombre, que parecía vigilar aquel proceso me dijo que no tocara aquellos aparatos, algunos resultaban fríos al tacto, pero otros estaban tan calientes que podían quemar. Al preguntarle por qué, me dijo amablemente que algunos llevaban almas hacia el cuerpo y que esos estaban fríos, pero que había otros que hacían todo lo contrario, venían de otra sala y llevaban las alma desde los cuerpos a otras salas. La profesora interrumpió enfadada aquella distendida charla y después de alejar con un simple gesto al guardián, me dijo que no mencionara nada de aquello a los demás, que ya otro día nos hablarían del proceso secundario. Pero mi mente, que parecía haber despertado de un letargo natural, empezó a realizar preguntas e incomodar a los demás niños. Mi interés residía en el líquido. ¿Como se diferenciaba el líquido si no era por el recipiente que lo contenía?, es decir, cuando transferían un ser ¿cómo sabía aquella agua descendente cuando terminaba un ser y empezaba otro? Sólo recuerdo las ultimas palabras de la profesora. Me dijo que una cosa son las almas y otra muy distinta las personas. Siempre somos uno de los tres tipos puros de alma, pero sólo después de nacer adquirimos la persona. Y entonces le pregunté: ¿Cuantas personas hay? Y me contestó. Sólo hay veintisiete personas en el mundo. Y entonces me dijo que lo olvidara.