Voz y canto de octubre. Índice y notas.
Tiempo ha que nadie hablaba de la trágica historia que esconden los pastos más allá del molino de los Ventura, pues muchas voces han cruzado la frontera de lo desconocido y han conjurado factibles explicaciones que lejos de acercar la luz a la razón, han desprovisto a la mente de poder imaginar cuanta oscuridad puede albergar la verdad. Pasó hace siete años justo cuando el calor atardecía y los odres se llenaban de aceite. Todavía era temprano para hablar de la muda otoñal pero el sol no asomaba con la fuerza de los días precedentes y el inusual aliento gélido que discurría por las montañas parecía advertir que aquel año no habría tregua ni descanso. Tiempo después cayó una nevada cuantiosa e inusual pero incluso así, en la atmósfera y en las nubes que rodeaban el monte, uno ya podía sentir que había un aliento de extrañeza que despertaba incluso en las mentes menos sensitivas, una denotada sospecha de peligro.
A principios de aquel octubre perdido, los senderos permanecían más vivos que nunca, desiertos y libres de hierbajos pues las ovejas habían estado deambulando libres por las faldas del monte, guiadas por aquel viejo perro pastor de los Nuñez. Los Fanís tenían a su hijo Joaquín que acompañaba a su padre al monte todos los años para vigilar el ganado. A principios de otoño ya empezaba a reunir leña para preparar las carboneras y aunque era su padre quien hacía el trabajo duro, el joven ya estaba en edad de cortar leña y preparar la tierra. Durante el verano su padre había estado en el monte vigilando las ovejas y aunque él de vez en cuando subía para llevarle pan, quesos y alguna bota de vino, su madre le había hecho prometer que este año no subiría al monte hasta llegada la primavera y que se dedicaría a limpiar los lindes del arroyo y alimentar las carboneras hasta llegado el invierno. Su padre había sufrido una especie de enfermedad que le había lastrado durante semanas. Las gripes eran más sentidas en época de calor pero en los últimos días, Luis parecía fortalecido y sus pulmones ya habían dejado de rechinar como la portezuela de una estufa de hierro.
Joaquín había estado desde entonces yendo hacia las lindes del bosque. Su padre le había ordenado que limpiara el arroyo pero allí, lejos de las inquietantes miradas de los Ventura, la madera era más abundante y los árboles caídos proporcionaban recursos más fácilmente que las arañosas y escuálidas ramas que serpenteaban cerca de las acequias del molino. Era el primer día de octubre y aunque todavía el sol estaba azulado y desprovisto de nubes, la tierra se mostraba mojada allí donde se juntaba el sendero hacia el bosque y las praderas que llevaban al montículo central. El sendero, conforme ascendía y penetraba en el interior del bosque, se volvía difuso y el agrietado suelo que días antes reclamaba agua celestial, hoy estaba vívido y saciado, habiendo algunas zonas repletas de lodo donde bien uno podía hundir el pie hasta cubrir los talones. Era extraño para el joven descubrir aquel inesperado panorama pues no había escuchado noticias de lluvia y había además algo en el ambiente que le inquietaba. El sol brillaba con una fuerza antinatural. El resplandor que emanaba del horizonte era de un color mixto entre un insinuado bronce y el cardenillo foráneo. Debajo de la sombra de los árboles, éstos parecían moverse amenazados por un viento intranquilo que lejos de mecer en exceso sus copas, provocaba extraños sonidos articulatorios. La sensación hubiera sido de peligro si no fuera porque una armoniosa voz le arrebató cualquier resquicio de miedo, trasladando su espíritu, con un timbre dulce y espectral, hacia una placentera sensación de quietud. No pudo ver quién era la protagonista de aquella extraña fragancia acústica, pero sí pudo reconocer algunas palabras que se parecían, aunque lejano, al dialecto que hablaron sus abuelos cuando vivían.
Pasaron los días y el joven, tras haber pasado algunos días ayudando a su madre a preparar el establo, decidió ir de nuevo al bosque, esta vez no en busca de madera sino de respuestas. Algo le atraía de nuevo y le empujaba a perderse en aquel mar de sombras y entreluces; su sed no emanaba de una simple curiosidad sino que había sido fortalecida por esa sensación que le transmitió el bosque encantado con la voz de lo desconocido. Sin embargo, aunque rápido recorrió los caminos y en varias ocasiones le llegó a faltar el aliento, cuando llegó al bosque no encontró nada más que el silencio y esa vieja sensación de peligro, acrecentada por el cansancio y la desilusión. Caminó por los desdibujados senderos que llevaban a una especie de planicie repleta de maleza y más tarde volteó por los márgenes que llevaban de nuevo al pueblo, no sin antes parar en varias ocasiones para tratar de escuchar lo que podía ocultar el silencio. Sin embargo, aunque frustrado por una anómala sensación de pérdida, sus ojos se iluminaron cuando vio aquella mujer descender por las lindes del sendero, justo cuando se disponía a volver sobre sus pies y marcharse antes del atardecer.
Ella era alta, esbelta y en cierta medida robusta. Poseía un largo pelo azabache que debía llegar casi hasta la cintura y aunque su vestido era blanco e impoluto, sus pies estaban desnudos y manchados de barro. El joven, ojiplático, viendo como se acercaba, no pudo pronunciar palabra pero cuando ésta llegó a su altura pudo comprobar como sus ojos no le miraban a él, sino a algo que no alcanzaba a comprender y que estaba más allá de su entendimiento. Era como si ella no estuviera realmente allí y su existencia no fuera más fruto de un sueño incapaz de ser borrado. Llegado aquel momento, algo en su interior se apoderó de él y acongojado por su belleza y pulcro resplandor, no pudo resistirse y se arrodilló ante su presencia. Se despojó de la chaqueta fina que llevaba y empezó a limpiar con ésta la suciedad de sus piernas, haciendo que la palidez de su carne entrara en contacto directo con la tierra de los mortales. Arrebatado por aquel imperioso deseo, quitó el barro que cubrían los pies de la mujer desconocida, permaneciendo ella quieta en todo momento, sin pronunciar palabra alguna. Acto seguido, habiendo terminado su cometido, se levantó lentamente y aletargado por la timidez, alzó la mirada para encontrarse con su rostro. Ella lo miraba fijamente y sus ojos pronto se encontraron con aquellos dos cielos grises que lo inspeccionaban sin parpadear, como si su inesperada y desinteresada devoción y cuidado hubieran despertado en ella la mayor de las atenciones. No dijo nada, simplemente se acercó a él y besó su mejilla, quedando ésta congestionada por el frío que parecía emanar de sus labios. Sin embargo, a él le pareció el beso más cálido que había recibido en la vida.
Fue su primer y último beso, pues jamás volvieron a ver al joven Joaquín y aquella noche no llegó a casa. Uno de los buhoneros del pueblo que solía atravesar el bosque contó que había visto de lejos al muchacho paseando con una mujer blanca y pálida como un fantasma. Uno de los hijos de los Nuñez también dijo haber visto algo extraño en el bosque aunque nunca se atrevió a conjurar palabra por miedo a despertar incredulidad. Las hijas del molinero también ofrecieron versiones contradictorias y Alba, conocida por sus fabulaciones, contó a sus hermanas que la señora blanca había besado al joven por amor y que ahora vivían en su hogar, situado en la cima nevada del monte, allí donde ni los pastores pueden llegar y que así lo había soñado. Su padre, Luis, sin haberse recuperado del todo, buscó al joven más allá del sendero pero sólo encontró la fina chaqueta y huellas ya secas que parecían de unos pies desnudos. No hubo más pistas ni más descubrimientos. Un velo de incertidumbre cubrió el valle y con los meses, una fuerte nevada cayó, haciendo que la nieve llegara incluso a las lindes del pueblo. Durante aquel extraordinario hecho, le siguió un fenómeno inesperado. Por las noches se empezó a escuchar en la oscuridad una voz femenina, dulce y suave, que hablaba en lengua antigua. Cantó sólo siete noches y aunque nadie llegó a entender la letra, extraños sueños sembró en el pueblo, haciendo que todos olvidaran para siempre al joven y quedaran estremecidos por el miedo a lo desconocido.