Sueño de otoño. Índice y notas.
Dormía, y mientras yacía insepulta, ella soñaba con ríos profundos, con abrazos de estrellas fugaces, con miradas de trocitos de nube que, como arañas nocturnas, descendían alegres con la lluvia de otoño. Las hojas caían sobre su alma desnuda y su cuerpo, dolorido y desalmado, dejaba temblar sus manos de frío, haciendo que de sus dedos el humo se convirtiera en lenguaje y que cada uno de sus huesos fuera abrazado por las raíces de la eternidad. Rostros amoratados de olvido, enmudecidos por la niebla de los días imperfectos, asomaban por la ventana, pero mientras se hacía de noche, las velas rojas prendían poseídas por espíritus esperanzadores y algunas almas en pena que protegían la poca luz de su historia. Cruzados los vientos, todo soplo era incierto y de la propia oscuridad emergía un camino de encuentro, entre corazones partidos y alientos olvidados, entre deseos desconocidos y palabras huérfanas. Su aliento cesaba con la brisa y mientras los pájaros desvelados sinceraban sus suplicios, su cuerpo se despedía del ser, en pos de la última gran verdad. Antes del amanecer sólo quedaba el silencio mortecino, un manto de cera enfriada y un cuerpo incapaz de ser amado.