Perdí tu voz en Samarcanda. Índice y notas
Camino entre las oscuras simas del deseo, pronunciando el silencio juramentado de tu amor. Y la sombra de tu recuerdo es mi maná, mi más preciado tesoro, con el cual recorro los inciertos caminos del mundo, en espera de tu cielo, de tu soleada sonrisa más allá de mis desgracias. Pero no sonrío, mi amor, más que cuando escucho tu presencia; entonces, mi corazón late por los dos y nos une, en un frenesí que se me torna extraño porque ya no me veo en el tiempo ni en el espacio, sino recorriendo tu eterna mirada, tus pupilas de estrellas fugaces. Miro hacia el firmamento, y más allá de la ciudad de los pilares de piedra, me veo a mí mismo desde la altura, porque ya no soy yo realmente, sino las nubes y el cielo azul y veo mi cuerpo allí de pie, desde la altura, somnoliento sobre las piedras arenosas de tu destierro. Cierro mis ojos y entonces vuelvo a ser parte de ti, soy la brisa del mediodía que barre los horizontes del mundo, recorriendo su piel hasta convertirla en polvos de sueño. Y entonces, siento el dolor adentro y mis ojos se abren de nuevo, abrazando mi malherida consciencia, aunque una parte de mí muere con cada uno de tus sueños. En mi frío despertar siento tu eterno y lejano abrazo, y entonces me maravillo de tus misterios consolándome en la esperanza de nuestra unión final, en la ambigua concepción del querer anochecido. ¿Dónde estás ahora, mi cielo? Escucho los rumores, siento sus suspiros, pero el sol no contesta y barre la línea de su olvido. Consulto al péndulo en la noche y éste me lleva hacia las tierras más allá de mi tiempo. Recorrí así los bravos desiertos de sal de fuego, me perdí entre las inhóspitas tierras de Magog, entre la desesperación y el olvido. Sólo la marca de mi frente me mantenía con vida, alimentaba mi alma con asunción de ti. Y aquellos hombres extraños, lejanos a mi cultura, me hablaban en tu lengua al ver mi sino, miraban al cielo suplicantes y me indicaban tus caminos temerosos de tus castigos. Por ti recorrí el mar de la noche y me perdí en las costas sulfuradas de lo desconocido. Hoy llegué a Samarcanda, descubriendo en sus cimientos, el testimonio de una belleza perdida, desconocida para mí. He consultado al péndulo, he visto las llamas danzar en la oscuridad, pero todo permanece en el más extraño silencio. Han enmudecido los astros para mí y todo camino o rastro se vuelve ahora efímero. Amor, ¿acaso te ocultas de mí o esperas perderme para siempre? A veces creo que me has traído aquí por una razón especial y otras, sin embargo, creo que deseas que mi amor sea proscrito. Mañana esperaré la señal de tu amor y si mi voz interior no encuentra mi esperado consuelo, huiré por el este y abrazaré la fatalidad de mi destino. Si es lo que deseas, me condenaré en las arenas y me entregaré en tu rechazo. Que mi muerte sirva para demostrar mi amor.