La cosecha de invierno. Índice y notas.
Han florecido mis siniestros, sí.
Culpas vertidas como sombras calamitosas
alimentadas por el aliento de un ajado estupor.
He visto en tus infiernos una sombra de paz,
una duda orbitar en la nada, desconsolada,
alrededor de un deseo que jamás fue.
Tú, que escondes alfileres en las manos,
abrazas mi alma con fuerza, queriendo,
aquello que no es lecho sino lejano adiós
y en un mar de azulejos de espanto, gritas,
ensordeciendo la esperanza que me ataba al dolor.
Viertes sobre mí la pulpa de frutos prohibidos,
y haces ostensión de mi culpa con tus lluvias amargas.
Veo el horror en tus pupilas, un edén envilecido,
un sueño de flores moribundas y jardines cubiertos de moho.
Ni las rosas escapan a tu impiedad
y toda flor es convertida en vasalla, entrampada bajo tus pies,
cubiertas de olvido y clavos oscuros que se hunden como raíces,
buscando la causa primera de toda pena.
Allí, en la oscuridad donde nuestros ojos se miran pero no se encuentran,
El silencio enturbió nuestra historia.