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La Solitude

La Solitude

Kikuji Kawada, Aurora borealis (Substorm) Chena Hotsprings, Alaska, USA, 1989
Kikuji Kawada, Aurora borealis (Substorm) Chena Hotsprings, Alaska, USA, 1989

La Solitude. Índice y notas.

En aquel verano húmedo y asfixiante el mundo cambió por primera vez. Todo me era familiar, reconocible, pero estaba a años luz de producir en mí la seguridad suficiente como para moverme libremente. Desde la ventana de mi hogar, se veía una luz distinta, más apagada, como si el cielo que me observara ya no fuera el mismo; su intensidad estaba anulada por una atmósfera de pesimismo que contaminaba todo lo que pudiera sentir u observar. Los rostros de las personas se habían transformado en muecas rígidas parecidas a las antiguas máscaras ceremoniales indígenas. El trabajo, la calle, el cine… todo estaba rodeado de ojos gélidos y caminantes abstraídos. Al principio aquellas figuras espectrales se mostraban enajenadas y miméticas, pero con el tiempo sus pupilas cerradas se centraban en mí, aferrándose quizá a un instinto de supervivencia donde la violencia era la única solución. Poco a poco fui escapando de aquellos encuentros viscerales, de aquella lucha constante en la que se había convertido el mundo y me vi rodeado del más opaco silencio. En el refugio de mi hogar encontré una relativa paz. Dejar, el trabajo, dejar la calle y quedar a merced de un destino desalentado, incapaz de catalizar cualquier movimiento o emergencia. Aquella fue mi vida a partir de entonces y así pasaron los años sin darme cuenta, demasiados años para un ser humano.

Entonces, una noche, un ruido muy extraño me alejó de mi catatonia. Aquello representó el segundo cambio y aunque no fui consciente de inmediato, se había producido una transformación diferente, alejada de la realidad material y de los significados propios de la sociedad que creía recordar. Al principio lo percibía como un zumbido. Había algo en el armario empotrado. Al abrirlo el ruido se hizo más fuerte, pero nada había allí que pudiera hacerse sospechar de alguna avería o animal escurridizo. La pared temblaba con nítida sensación animada y algo me decía que detrás de aquella pequeña lámina de madera se escondía algo. Aparté cuidadosamente la junta de madera que se alzaba desde el suelo de parqué hasta la pared y vi allí mismo un panorama que me dejó consternado. Hundido en oquedad del ladrillo, había una pequeña fachada con ventanas. Era una casa diminuta, como una casa de muñecas pero construida con la paciencia y el secretismo más férreo. La ausencia de luz me impedía ver a través de sus ventanas, pero parecía que aquello no era una simple decoración infantil, había un espacio dentro de aquel pequeño hogar. El sueño pudo con mi curiosidad y al final cerré el armario y volví al infierno de las pesadillas. En ese inframundo, vi una montaña ardiendo desde la lejanía. Las llamaradas subían hasta casi alcanzar una docena de metros y éstas se mantenían estables a lo largo del bosque y la cordillera. El viento alimentaba con su calor el frío viento de llanto y con el paso del tiempo, el fuego no disminuía sino más bien la propia montaña era la que se veía reducida a escombros.

Cuando desperté, el calor de la habitación era sofocante. Ya era de día y la luz grisácea que entraba por la ventana iluminaba toda la habitación con un tono decadente, despertando las migrañas de mi trastocado cerebro. Recordando aquel descubrimiento reciente, volví a abrir aquel armario y allí pude comprobar que el mundo en el cual me encontraba, se había vuelto demasiado extraño. La ventana de la pequeña casa emitía una luz débil que parecía cambiar de color. Al agacharme y analizar aquella distancia desde un ángulo más adecuado, mis ojos no daban crédito a lo que veía. Dentro de la casa había alguien sentado en un sofá; estaba mirando la televisión y aunque sólo podía verlo desde la distancia, podía afirmar con total seguridad que se trataba de un hombre. Intenté rozar con el dedo aquella superficie de aparente ladrillo, no sé si tratando de abrir alguna ventana o de comprobar de que no fuera una alucinación inmaterial, pero cuando lo hice, la pequeña fachada crujió como si un gigante tratara de derribarla. El pequeño hombrecillo del interior se tiró al suelo asustado por el estruendo y aunque se debió esconder en algún rincón, nuestros ojos se encontraron fugazmente. No lo podía creer, estaba viéndome a mí mismo. Aquel ser era una visión degradada y empequeñecida de mi propia persona. Reconocí de inmediato esa misma mirada de asombro en él. El miedo fue recíproco, pero desde mi posición sólo podía respirar nerviosamente, mirando impasible como aquel hombrecillo trataba de esconderse en una casa repleta de pequeñas ventanas y recovecos desde los cuales sólo se debía ver mi enfermizo rostro. Después de varias horas en aquella postura incómoda, pude escuchar algunos ruidos esporádicos dentro de aquel misterioso lugar. A veces me encontraba de nuevo con su familiar mirada. Al principio el horror era palpable y aunque nunca llegué a reconocer en él la quietud que yo sentía, es cierto que en esas últimas horas, asomaba más la cabeza con asombro, denotando una curiosidad por ver el gigante que había interrumpido su paz.

Así pasaron los días y las noches. Después de despertarme, todas las mañanas observaba un par de minutos el misterioso rincón del armario. Al principio la luz estaba ausente en su interior pero con el tiempo, empezó a dejarse ver con mayor frecuencia. Algunas veces incluso parecía saludarme desde su sofá mientras miraba programas televisivos que parecían sacados de décadas previas o al menos eso era lo que yo podía interpretar de sus gestos. Una vez, al despertar vi que algo se movía a través de la puerta entreabierta del armario pero rápidamente se escabullía hacia el interior; un pequeño destello en la lejanía me indicaba que me observaba con una especie de prismáticos. Quizá su miedo iba menguando con los días y la curiosidad por conocerme hacía que me observara mientras dormía. No lo pude saber. Un día simplemente desperté y él desapareció como si nunca hubiera estado allí. Al agacharme y tratar de saludar a mi extraño inquilino, vi que la casa estaba totalmente vacía. No había ni muebles ni persona, sólo una oscuridad impenetrable, la misma que había observado la primera vez que descubrí aquel pequeño zumbido.

Esa noche, las pesadillas acudieron a mí con renovado rencor. Estaba en medio de mi salón y me ardía toda la piel. No había ni ventanas ni puerta, pero la luz entraba a través de unos reflejos sin epicentro factible. El dolor se hacía insoportable y notaba como ese zumbido se metía en cada uno de los poros de mi cuerpo, removiendo sensaciones que no podía describir dado el pánico que sentía. El dolor parecía mantenerse estable hasta que se transformó en una grave sensación de irritación. Pronto unos pequeños bultos aparecieron en mi brazo. Parecían pequeños granos que emergían como si tuviera una reacción alérgica, pero esos bultos empezaron a moverse a la vez que otros aparecían por mis piernas y mi cuello. Noté varias punzadas cuando algo asomó por aquellos bultos abiertos. Eran hormigas. Al principio eran varias, pero pronto empezaron a salir desde todos los rincones de mi cuerpo. Grité y empecé a golpearme la cabeza con puñetazos cada vez más atronadores, notaba algo en mi cabeza. Del susto me desperté, aunque parte de aquella luz todavía se estaba fundiendo con la oscuridad de mi mundo. Notaba pequeños agujeros en mi brazo y aunque no había ni hormigueo ni insectos en la habitación, sangraba. Me había golpeado mientras soñaba; a veces ocurren movimientos coherentes con el sueño que se representa. Pero también era posible que algo realmente monstruoso hubiera salido de mi cuerpo. Intenté encontrar la luz, pero no atinaba a recordar donde estaban colocados los muebles; me había despertado en una posición muy extraña y mi orientación se había anulado por completo. Antes de que pudiera recobrar la calma, volví a escuchar ese zumbido. Todo era oscuridad y un viento húmedo golpeaba la ventana haciendo imposible distinguir qué ocurría en ese mundo. De golpe otro sonido monstruoso, un estruendo hueco que había hecho vibrar todo el suelo. Algo estaba golpeando mi hogar.

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