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Alice. La amistad.

Alice. La amistad.

Wojciech Paliwoda, Angel
Wojciech Paliwoda, Angel

Alice. La amistad. Índice y notas.

El día que volví a saber de ti fue un día de verano, cálido e intrínsecamente húmedo, no así los recuerdos que tu bello rostro despertó en mí. Recuerdo que mis venas se helaron y de mí brotó una angustia amarga fruto del fracaso inmanente a la vida. Fueron muchos años los que han pasado desde entonces y seguramente muchas de las palabras que mantuvimos en secreto se hayan desprendido ya de nuestras respectivas memorias. Una de tus últimas sentencias fue dejar a merced del tiempo nuestra relación. Fue una decisión cruel, irónicamente mordaz, pero justa en el sentido de que quizá era lo que ya habías decidido previamente. No lo pude atinar desde mi ofuscada posición de proscrito, pero sólo hay un recuerdo que ha cristalizado en mis córneas y es la pregunta fundamental que tú lanzaste al viento. Me dirigiste esa pregunta, directamente al corazón, sin tapujos, sin dejarme espacio para maniobrar; y mi respuesta fue un no. No era un no rotundo, ni un no sincero, sino un no de enfado. Me habría gustado pensar durante todo aquel tiempo que tu sabías la respuesta. Era un sí esclarecedor, cristalino y puro. Sí quería ser tu amigo y sí me importaba tu vida, más que aquello que tu pudieras sospechar nunca y me habría gustado demostrártelo en más de mil ocasiones. A través de tus gestos posteriores y nuestra repentina separación puede entrever que quizá dudaste de mi respuesta, que creíste que de alguna manera era el orgullo lo que me impedía dar la respuesta verdadera, pero no fue así. Tú misma lo transmitiste a otra persona con la que todavía guardaba cierta cercanía por aquel entonces y no sé si realmente lo que te enfadó fue la verdad que creíste encontrar o mi incapacidad para expresar mis sentimientos. No contesté negativamente por orgullo. Lo hice para evitar otras consecuencias mayores. Cuando aquella persona que tú sabes me preguntó sobre por qué yo quería abandonar el círculo, sólo dije que nosotros no teníamos ninguna relación para evitar que ella o alguien pudiera enfadarse contigo o que pensara que tú lo ibas a abandonar por mi culpa. No quería que mi marcha supusiera en ti ninguna renuncia o conflicto personal. No había ninguna otra razón, ningún oscuro secreto. Era simple y llanamente eso. Lo dije tan abiertamente en primer lugar porque no le di mayor importancia y en segundo lugar porque sabía a ciencia cierta que, aunque ella quisiera utilizar aquello en mi contra, tú sabías en el fondo la verdad y no dudarías de mí en ningún momento, que en cuanto me marchara de aquel lugar, siempre mantendríamos una bonita amistad. Pero fue eso, tu duda, la que me hizo contestar que no, porque pensé, de extraño modo, que quizá tu ansiabas esa respuesta. No fue el orgullo, ni la verdad, sólo el pesimismo que siempre me ha acompañado y que me hacía dudar constantemente que tuviera alguien a mi lado. Me pareció extraño que tu me hicieras aquella pregunta, más cuando te invité en secreto a mis rincones y empezamos a establecer una vía de comunicación alternativa.

Y a eso debía añadir un segundo factor. Quizá recordaste que me mudé durante algún tiempo al norte, que quería pensar en mi futuro, en qué hacer para solucionar los problemas de mi corazón, de mis estudios y de mi entorno familiar. A través de otra persona sé que supiste que me había pasado algo, y ese algo no era un solo contratiempo como yo le hice saber. No era una pierna que me dolía; fue mi primer ataque, el principio que me iba a ir lastrando durante todos estos años. Aquel dolor que iba creciendo en mí, acompañado por todas las oportunidades que se me escapaban de las manos, fueron el detonante secundario de que contestara que no. Aunque ya había mostrado síntomas durante aquellos años previos, el estrés originado por el camino actualizó en mí la enfermedad que me iba a apartar definitivamente de la felicidad. Primero vino el dolor, luego la infección y finalmente la fiebre. Mi comportamiento, errático y excéntrico durante aquellas semanas quizá fueron percibidos en ti como uno más de mis curiosos misterios. Pero no lo era, la fiebre me ofuscaba y me impedía tomar decisiones con claridad. Tu veías a alguien apartarse de ti por comodidad, indiferencia o descaro, pero detrás había alguien en la cama sufriendo toda clase de pensamientos extraños fruto de la fiebre e incapaz de asentar con fuerza los pensamientos del corazón, pues con la medicación que tenía, tuve que dejar de lado durante meses los estudios y apenas me mantenía de pie. Mirando atrás, no pude comprender con los años como una simple respuesta lo había cambiado todo y cuando pensé que podía explicitar y razonar la verdad inconfundible, en mi mente se hizo la noche. No puedo decir que volvería atrás, pues no sé si cambiando mi expresión, tu persona me habría creído.

Desde esta distancia, artificiosa, meditada pero irreparable, sólo quería decirte que sí, que siempre fuiste mi amiga y durante todo aquel tiempo que intercambiamos impresiones, tú fuiste la mejor amiga que nunca había tenido. No puedo expresar con palabras la admiración que sentía por ti. Y no era la admiración del que busca algo a cambio o del que espera convertirte en lo que no eres, era una admiración pulcra y sincera, por todo tu ser, por tu manera de ser, incluyendo tus secretos y por todo lo que pudiste enseñarme en nuestro escaso periodo de tiempo. Contigo aprendí mucho sobre arte, sobre sentimientos, sobre estética y sobre lo oculto. Gracias a tus recomendaciones me adentré posteriormente en el mundo del arte y de ahí nació mi pequeño rincón histórico; también aprendí a detectar muchos de los sentimientos que compartiste conmigo y también me prestaste las palabras necesarias para ahondar en una parte enterrada y aparentemente inaccesible de mi inconsciencia. No me cuesta mirar atrás y ver las personas que he ido perdiendo a lo largo de toda mi vida, pero sí cuando siento que algo no debería haber sucedido y me echo la culpa de no poder tenerte de alguna manera cerca de mí, porque sé que habríamos seguidos aprendiendo el uno del otro, que te habría hecho partícipe de mis descubrimientos y que tú me habrías enseñado las virtudes de las relaciones humanas. Hoy expreso el vacío de no haberte tenido durante todos estos años a mi lado. No obstante, paradójicamente, aquí estamos de nuevo. Yo en el mismo pozo; tú en un lugar muy lejano, fuera de la madriguera y de este sombrerero loco en el que me he convertido. El tiempo dijo lo que tenía que decir, como tú sabiamente presagiaste, pero en base al aprecio incondicional que te tuve y lo que tú significaste, y todavía significas de alguna manera, para mí, espero que me permitas escribir esta carta aunque es probable que de mí ya no guardes recuerdo alguno. Allí donde estés, espero que seas feliz.

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